Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 1922- 1946)
Un camino en sombras hacia la luz: “Es un poeta de la vida. Anhela la muerte si es el precio para una vida más limpia.”
“Era un auténtico sabio, sobre todo en lingüística.” (Carlos Bousoño)
Había iniciado una tesis doctoral sobre el valenciano de los pescadores de la Albufera, pero la enfermedad le impidió desarrollarla.
“De haber seguido hoy entre nosotros sería un prestigioso lingüista, probablemente Académico de la Lengua” (Carlos Bousoño, Académico y amigo de Bartolomé Llorens)
Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 13 de marzo de 1922-31 de mayo de 1946)
Nació en Catarroja el 13 de marzo de 1922, y falleció el 31 de mayo de 1946, a los 24 años. Su familia era conocida como la d’els Estudiants, porque en el siglo XIX uno de sus abuelos, llamado como él Bartolomé Llorens, cursó estudios, lo que no era frecuente en una población fundamentalmente agrícola.
Estudió en el Instituto-Escuela. Hizo Filosofía y Letras en la Universidad Literaria de Valencia (hoy Universitat de València). Fue un estudiante apasionado, vitalista y trabajador, que se declaraba no creyente, aunque en su intimidad experimentaba una gran sed de Dios.
En 1943 se traladó a la Universidad Central de Madrid, para estudiar Filosofía Moderna. Fue discípulo de Dámaso Alonso. Formó parte de la tertulia literaria que tenía lugar en casa de Vicente Aleixandre, donde conoció a Gaos, Castillo Puche y a su gran amigo Carlos Bousoño, futuro Académico de la Lengua.
Carlos Bousoño ha dejado escrito: “Yo escribía Subida al Amor y leía con frecuencia a Bartolomé los poemas que iba escribiendo. Sus comentarios eran siempre inteligentes y llenos de vida. Pues para nosotros lo mismo los problemas culturales que los artísticos eran vida, palpitantes trozos de vida y no secas referencias eruditas o recreativas. Bartolomé Lloréns era ya un auténtico sabio, dentro de su jovencísima juventud, sobre todo en lingüística”.
Era “serio en su trabajo, ilusionado en su afán poético, generoso y cordial en la amistad, ejemplar y maduro en su aceptación consciente y alegre de la muerte que se lo llevó tan temprano a los ojos de quienes le queríamos”
“Hubiera sido (….) uno de nuestros mejores filólogos, y hoy lo tendríamos en la Academia, sin duda ninguna, como lo está nuestro compañero de curso Fernando Lázaro Carreter…”
“Recuerdo las reuniones en casa de Vicente Aleixandre los domingos, la alegría que allí imperaba, el afecto profundo que a todos nos unía, la ilusión de empezar a escribir, que experimentábamos como un destino frenético y deslumbrante, un ansia de ser, no famosos –eso no contaba para nada- , pero sí escritores, escribir y procura hacerlo bien: la felicidad de que la poesía existiese,…”
En sus años universitarios sus versos reflejan la tensión espiritual de su alma, que atravesaba un período de crisis: no acepta racionalmente la trascendencia que pide su alma. Ansía sin hallar y desea sin lograr. En su poesía manifiesta la tensión entre los deseos y los sueños. Los deseos le hablan de pasión, de carne, de cosas que no sacian y no dan la felicidad. En cambia los sueños son ideales juveniles de realización perfecta, anhelo de trascendencia, ansia de Dios, afán de pervivencia, de infinito, vida de amor en plenitud a la que se sabe llamado.
Se hacía preguntas que no encontraban respuesta. En las Navidades de 1944 escribió:
Vedme, miradme todos,
soy un hombre desnudo y con las manos vacías
que viene ya de vuelta de todos los sistemas.
Un cansancio se sueños martiriza mi frente
Y el corazón me duele con sangre de verdades.
El Viernes Santo de 1944, nada más que por acompañar a su madre, asiste al Sermón de las Siete Palabras. Una frase le produce especial impresión: Como cae el rocío de un árbol, así caía la Sangre de Cristo del árbol de la Cruz. Al día siguiente anota esa frase y escribe unos inesperados Sonetos a Jesucristo, a Quien empieza a vislumbrar como el más sublime soñador:
…soñador, profeta mío- Tú fuiste el que soñó más alto sueño, soñador de la Muerte vuelta en Vida, / soñador de una Vida eterna y pura.
Tú fuiste, Cristo mío, un puro anhelo / un sueño, una hermosura de la vida, /… una pura mirada, /…/ un puro vuelo.
Sólo una gota de tu sangre pura / que al dar su vida te encumbró a la gloria / bastara, soñador, profeta mío, / para arrastrarme a ti con tu locura.
…He de ver si sufriendo te conquisto.
En agosto de 1944, durante una guardia en el campamento de milicias, bajo una noche estrellada, se dirige directamente a Dios, de tú a tú, como nunca lo había hecho hasta entonces:
Mírame tú; tus ojos misteriosos
cuya inmensa pupila me rodea
son la luz ideal que me sostiene.
(“De guardia en la línea caimán”)
En marzo de 1945 (tiene 23 años) el capellán de la residencia de estudiantes donde vive en Madrid, el dominico P. Aguilar, le invita a asistir a unos ejercicios espirituales. Asistió por pura cortesía, pero inesperadamente se produjo la conversión espiritual que anhelaba secretamente, su encuentro con Cristo:
La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son libertad en Ti, Señor, ¡son Cielo!
Como fruto de ese encuentro con Cristo, se planteó una entrega total a Dios. El padre Aguilar le aconsejó que acudiese a un centro que dirigían personas del Opus Dei. Pocos días después, el 27 de marzo de 1945, escribió en Valencia una carta a San Josemaría Escrivá, solicitando ser admitido en el Opus Dei.
A partir de ese momento, según su amigo Carlos Bousoño, tuvo “la misma alegría de siempre, pero más alta, como iluminada. Me contó su experiencia y me hizo leer una serie de sonetos que había escrito como consecuencia de la remoción de su conciencia (…) Los leí y mi emoción iba creciendo a cada paso. Los poemas estaban llenos de verdad y, por tanto, de auténtica poesía. Desde entonces le vi de otro modo. No sólo iba a ser un gran científico de la lengua, sino también un verdadero poeta, que ya estaba anunciando su gran sensibilidad…”
Cuando había comenzado a trabajar en su tesis doctoral sobre la lengua de los pescadores de la Albufera, sobrevino la gravísima enfermedad: tuberculosis laríngea avanzada.
Cuando Carlo Bousoño acudió a visitarle en su casa “me recibió con la misma alegría de siempre: “Me voy a morir”, me dijo con naturalidad, y añadió: “¡Pero qué fácil es morir! Lo difícil es vivir y ser fiel cada día a la honda creencia”.
“Yo estaba asombrado –relata Bousoño-. Bartolomé no tenía el menor miedo, el menor dolor. Seguimos hablando de otras cosas ajenas a la grave noticia. No estaba triste ni parecía pensar en el asunto. Cariñoso, interesado por todo y por todos como siempre. De sí mismo no hablaba, pero su entusiasmo no había menguado, ni su íntima felicidad… Bartolomé era mucho más grande de lo que yo había esperado de él. Su obra magna no era necesario escribirla: la había realizado ya en su propio ser, de un modo hondo, completo”.
El 27 de enero de 1946 acudió a visitarle en su casa de Catarroja el fundador del Opus Dei, san Josemaría: le animó a rezar por su curación y al mismo tiempo a aceptar la voluntad de Dios con alegría. Se despidieron con un apretado abrazo. “¡Y me dijo en tan breves instantes tanto!” escribe un emocionado Bartolomé a sus amigos.
Carlos Bousoño le escribió el 30 de mayo de 1946: “Tu recuerdo, Bartolo, será siempre para mí puro y ejemplar. Dentro de mi corazón estarás siempre, siempre, siempre, como el motor de todos mis actos nobles.
Me has dado un ejemplo, un ejemplo de Vida, de carácter, de desinterés, de generosidad para con tus amigos y para con Dios; un ejemplo que no olvidaré nunca. Cuando los años pasen, y yo sea un viejo, si es que llego a serlo, recordaré los días de la juventud, y en ellos te veré tan humano, tan juvenil y cargado, tan rico de dolor y alegría, que tu visión me hará olvidar las tristezas del mundo”.
Recibía muchas visitas del pueblo, de sus amigos del Opus Dei, de viejos amigos de la Universidad de Valencia. En los últimos meses, como no podía hablar, se servía de una pizarra en la que escribía respuestas divertidas a las preguntas que le hacían. Creó una simpática obra de teatro para esos momentos –La perromaquia, la llamó- escrita en fichas que entregaba a las visitas para que fuesen leyendo en voz alta, mientras él hacía moverse con gracia y de acuerdo con el texto a un simpático perrillo articulado, hecho con madera y cuerdas. Las visitas, que habían acudido a consolar, salían consoladas y emocionadas: era Bartolomé, siempre generoso y entergado, quien les había hecho pasar un rato agradable a ellos.
En la noche del 31 de mayo de 1946 Bartolomé esperaba serenamente la muerte. En un momento dado, al filo de la medianoche, hizo a su madre un gesto de despedida con la mano. Sonrió y le dijo en un susurro: m’em vaig. Instantes después falleció.
199: Canción del agua viva (17 de enro de 1946)
195: astronomía (3 de octubre de 1945)
186: Pecado y Resurrección (sin fecha)
163: Amada adolescente (16 de octubre de 1944)
158: Amor a la tierra (5-6 de agosto de 1944)
*Material facilitado por la Asociación Cultural Falla l'Albufera de Catarroja. Que se utilizó para la exposición Nou dies d'octubre.
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