Prólogo de Secreta Fuente IV, Carlos Bousoño


IV

Vicente Aleixandre
Nuestra poética es todo lo contrario de lo que llamaríamos frivolidad o estúpido jugueteo. Pocas veces se ha hecho poesía tan en serio, con una vocación de seriedad tan honda y arraigada. Y acaso éste sea el peligro de ella. Tal vez sea “humana, demasiado humana”. Porque los que estamos metidos de lleno dentro de la corriente literaria no podemos juzgar la literatura con objetividad completa y estamos sujetos a error. Amamos lo humano, nos emociona lo humano y llegamos a considerar que poesía es “comunicación”. En una carta de Vicente de Aleixandre leo: “La poesía no parece cosa de belleza, sino de comunicación”. ¿Es esto verdad? Si nos ponemos la mano sobre el corazón, diremos que, al menos eso es lo que hoy entendemos por poesía. El criterio de ayer era otro. El de mañana será otro distinto aun. Esto es lo natural, lo lógico, lo biológico. No importa. La poesía no puede ser definida. Sólo es susceptible de definición la poética, el gusto poético de determinados períodos, sujeto a los vaivenes de la temporalidad. Hoy nos gusta lo que ayer se desdeñaba. Mañana no gustará lo que hoy nos agrada y emociona. Pero el gran poeta, y aun el no grande y solo auténtico, resucitará, pasado mañana o pasados cinco siglos. Resucitará como la luz violenta del amanecer. Siempre juvenil, la poesía existe.

¿Y la forma en que pretendemos absorber ese pálpito humano a que me he referido? En la juventud poética de hoy hay un anhelo constructivo, un afán de perfección formal que se evidencia en la boga del soneto y de otras fórmulas más o menos cerradas. Creo que todos aspiran a envasar en armoniosos y arduos recipientes el latido claro u oscurísimo de sus humanizados corazones. Ah, qué difícil, qué casi inasequible meta. Pero la juventud suplica siempre lo absoluto, y rinde sus mejores fuegos tal vez al imposible.

Tampoco importan, de momento, los fracasos. Algo quedará de este noble empeño. Alguna joya preciosa acaso quede gastada para siempre como perpetua luz en la roca durísima de la poesía castellana. ¡Luzca como un diamante, como un gratísimo fulgor, como un sueño, bajo el sol de la mañana imperecedera!

María Magdalena, "El Greco"
Perfección formal más cordial palpitación humana. Esta es la meta. Naturalmente existen los grupos extremosos que sólo llevan a término uno de los dos componentes.


Pero existen también –y son los más- los que aspiran a la síntesis feliz que los salve. A estos poetas habría que decir, como Cristo a la Magdalena: “Mereces perdón porque has amado mucho”. Amar mucho, pedir mucho, para recibir lo que sea, lo que merezcamos. Si uno solo obtiene el galardón, los demás aplaudiremos desde la otra orilla.


Prólogo de Secreta Fuente III, Carlos Bousoño

III

Ante las circunstancias europeas, las nuevas voces poéticas hubieron de adensarse, de profundizarse, de “humanizarse” más y más. Los poetas empezaron a “creer” en la muerte. Los hombres “saben” que han de morirse, pero no siempre “creen” en ello. Sí: la poesía española se ha humanizado. Al empezar el hombre a creer en la muerte, se despierta en él, de un modo paralelo, la conciencia de lo que es la vida, del mismo modo que el desgraciado adquiere conciencia de la felicidad que tuvo en otro tiempo. Así el hombre se “humaniza”, porque se da cuenta de que vive, al darse cuenta de que muere, de que es humano, mortal, perecedero.
  
Antonio Machado
Conciencia de que vive, conciencia de que muere, esto es, conciencia de que existe en el tiempo. El tiempo y su fugitividad, o sea, la idea del hombre como ser temporal, limitado por dos abismos –nacimiento y muerte- será el escenario en que se ha de mover gran parte de la nueva poesía española. Pero, ¿no será ésta una de las características más sobresalientes de la literatura española y hasta europea y norteamericana del siglo XX? Releamos a Antonio Machado, que definía la poesía como “palabra en el tiempo”, a Azorín, a Unamuno, y veamos cómo esa sensación del “fugit irreparabile tempus” impregna casi todas las páginas de sus libros. Y si traspasamos los Pirineos, ¿no nos encontramos con un Bergson, filósofo de lo temporal, en Francia, y luego ya en nuestros días, con el existencialismo angustioso de Sartre? Pero también en la literatura norteamericana la sensación del tiempo la podemos hallar, y así, un escritor, como Thornton Wilder escribe “Our Town”, obra de teatro eminentemente temporal.
  
Y es que, naturalmente, esa “humanización” de que hablo no pudo haber surgido, de pronto, a modo instantáneo, como arde un estanque de gasolina al aplicarse una cerilla. No. Los cambios de espíritu en la historia –se ha dicho- no se dan por saltos, sino por evolución lenta. Y así, esta progresiva humanización viene desarrollándose tal vez desde el romanticismo, intensificada luego por las dos guerras mundiales. El recrudecimiento de tal fenómeno a partir del superrealismo creo que es evidente. Luego la guerra particular de España y la general de Europa hicieron el resto…
  
El hecho creciente de la humanización del hombre actual, que vengo comentando, está registrado de una manera clara, en el vocabulario de hoy. Todos pueden comprobar, a poco que se fijen, una a modo de inflación en el uso de la palabra “humano”. Casi, casi, es ya un latiguillo, sésamo, o palabra mágica de nuestros días.
  
“Un libro muy humano”, “un poema muy humano”, “un hombre muy humano”, son frases que todos decimos. El ser o no ser humana una persona, un film o un libro, es ya para nosotros algo valorativo. El hombre medio juzga ya la calidad de casi todas las cosas por su mayor o menor coloreamiento de humanidad. Y conste que no creo que nuestro punto de mira sea el mejor, ni el que nos vaya a proporcionar una visión más completa. Sólo registro un hecho, sin analizarlo. Es más: pienso que tal vez estemos en un error. Quizá ese modo de ver y de considerar las cosas sea el más sujeto a modificación, el más errado, el más fungible traje de época, insoportable apenas pasen las circunstancias que lo han hecho nacer. 
   
Pedro Salinas
Pero sí: el hombre, su alma, son fenómenos interesantes para la gente de hoy. He aquí la explicación del psicologismo que caracteriza nuestra época, y que trae como consecuencia es éxito, por un lado, de Freud, y por el otro de biografías y epistolarios. También esta humanización y psicologismo pueden explicar el gran desarrollo de la poesía lírica en el siglo XX. Pedro Salinas, en un ensayo, ha caracterizado la literatura de nuestra centuria como eminentemente lírica. Literatura impregnada por la poesía e impregnada de su espíritu.

  
Este es el mundo que nos ha tocado vivir. Mundo de postguerra en España, de diario afán difícil, mientras la otra honda lucha, la europea, continuaba con su rumor, roncamente, allende las fronteras de nuestra patria, y cuyas olas golpeaban, una y otra vez, en los Pirineos inmóviles. Olas de la guerra, allá, allá. En España, las juventudes retornaban a las Universidades. Iban apareciendo tímidamente, algunos poetas jóvenes, en cuyos libros palpitaba también la terrible verdad que agobiaba el mundo. Temática de dolor, de agonía, de muerte. Algún poeta se agarraba con ansia de salvación a la gran cruz católica, leño de Noé que flotaba sobre las aguas de la guerra como única posible solución. Acaso se avecina un gran resurgimiento del espíritu cristiano, cuyas primeras señales sean estos libritos, emocionados, de parte de la juventud poética actual. 

Prólogo de Secreta Fuente II, Carlos Bousoño

II

¡Extraño destino el de nuestra generación poética! A veces pienso en aquella otra alemana de escritores románticos, arrebatada en la flor de la juventud. Tal vez ambas, salvando las distancias todas, estén unidas por fuertes vínculos y un común signo: la muerte. Sí, sobre nuestra juventud parece que también brilla, ciega y desnuda, la estrella blanquísima de la muerte. Nuestros poetas jóvenes miran el lucero pálido alucinadamente. Lo cantan con rencor o tristeza, con resignación o sabiduría. La estrella sigue brillando. Sobre el cielo de España, la muerte da su sagrada luz desnudada. Es a veces la muerte un lucero irisado. Otras un violento astro rojo. Los poetas de España, bajo el cielo de la muerte, alzan la cabeza somnolienta, o se inclinan bajo el tiempo impregnado, mortal. ¿Empieza a cumplirse un destino? Muere Bartolomé Lloréns en Catarroja, donde había nacido. Mayo de 1946. Por aquellas fechas, otro poeta joven, José Luis Hidalgo, estaba dando fin a un libro titulado Los Muertos. Antes de un año, José Luis Hidalgo era uno más, un muerto más bajo la tierra.

Un poeta y crítico, residente en América, me hablaba hace poco de la sinceridad de la nueva poesía española. Recuerdo su frase:
“La generación de ustedes canta a la muerte, pero se muere de verdad.”

Autorretrato de José Luis Hidalgo
Sí: ha pesado un destino ciego, inexorable. Algo hizo que Lloréns, que Hidalgo, que varios otros poetas, prorrumpieran en un coro de himnos, de elegías, de cantos a la muerte. Parece como si ella oprimiera las gargantas de todos, hasta hacer que los poetas se arrancaran del corazón la verdad más honda de sus vidas. Nuestra generación ha vivido el más terrible y crítico momento de la historia del mundo. Ha visto con ojo triste y asombrado removerse el árbol orgulloso hasta que todas sus hojas, verdes y tranquilas, se pusieron de un amarillo pálido, primero, y fueron, luego, cayendo, una a una, sobre los campos de Europa. Ha visto después, pudrirse las hojas, hacerse mantillo sobre el suelo, uniforme mantillo con sólo destino de tierra, mientras arriba, el árbol leñoso, desnudo, era aún soplado por el huracán invasor. ¿Qué quedará de él? ¿Dará en tierra para siempre? ¿Rebrotará otra vez, juvenil, derecho bajo el sol? Tal vez nuestra generación pueda ver el desenlace de esta terrible crisis mundial.


Aguardemos con esperanza la nueva luz.


Prólogo de Secreta Fuente I, Carlos Bousoño

I

Aquí tenéis las poesías de Bartolomé Lloréns. Para algunos –para poquísimos amigos- serán familiares. Para los más, para el pequeño gran público de poesía, resultarán completamente desconocidas. ¿Quién es este Bartolomé Lloréns?, se preguntará. Nadie, o casi nadie, le conoce, y, sin embargo, es –o fue, mejor dicho, pues ya murió hace dos años, cuando el poeta tenía veinticuatro- uno de los más sobresalientes poetas de la generación de postguerra. Y no sólo por la poesía era eminente Bartolomé Lloréns. Por otras razones también, que irán saliendo a lo largo de este prólogo, se destacaba como árbol mayor, como luz mayor, sobre todos nosotros. 

En Madrid yo conocí al poeta en octubre de 1943. Paseábamos con toda la frecuencia que las clases nos permitían, por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. Ambos éramos alumnos del tercer curso, y aspirantes los dos a filólogos románicos. Nos unía la misma vocación poética, y discutíamos con mucho más calor la belleza de un verso que la pérdida de las consonantes sonoras intervocálicas. Esto no quiere decir que Lloréns no fuese un alumno aventajado. Lo era aventajadísimo. El compartía con otros dos muchachos el primer puesto en las clases, que nadie se atrevía a disputarles. Pero el corazón del poeta iba hacia otro sitio, buscaba como la rosa de un poema lorquiano, “otra cosa”. Y esta “otra cosa” era la dulce, la eterna poesía. 

SECRETA FUENTE, Bartolomé Lloréns

En el año 1948 ADONAIS publica póstumamente Secreta Fuente, que podemos considerar, aunque otras obras recojan sus escritos, como el poemario de Bartolomé Lloréns. Todo ello se llevó a cabo gracias a su buen amigo Carlos Bousoño, quien escribió el prólogo y seleccionó los poemas.

No deja de ser curiosa la siguiente nota, que nos recuerda, a aquellos que tenemos el poemario, la suerte de la que somos partícipes.

JUSTIFICACIÓN DE LA TIRADA
De esta primera edición póstuma de Secreta Fuente, de Bartolomé Lloréns, se han hecho cuatrocientos veinticinco ejemplares en papel de edición, y ciento en papel especial, de los cuales setenta numerados del 1 al 70 para los suscriptores de lujo de "Adonais", y treinta numerados del I al XXX para los suscriptores de honor. Se ha hecho, además, una tirada aparte de cincuenta ejemplares en papel ofset, numerados a mano.

Reproducimos la cita que encabeza el libro, pronunciada por Dámaso Alonso en su Discurso de recepción en la Real Academia Española, que puede ayudar a ilustrar la grandeza de la personalidad de Bartolo y puede constituir una síntesis de su vida, o de lo más esencial de ésta:

"... El año pasado muere Bartolomé Lloréns, la juventud quizá más traspasada de vida y espíritu, que he tenido estos tiempos a mi lado..."