ODA A UNA MUCHACHA FEA, Poemas amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)


TÚ, detrás de esa carne que no quieren los hombres
bajo sus ojos fríos, despiadados o ausentes...
Tú, bajo de tu carne,
bajo de esa apariencia que a su forma te obliga...

Tú, que pasas llevando
tu vulgar cuerpo oscuro
sobre la claridad de soñadas sonrisas
que no abren para ti
su promesa o milagro...
Ajena, nunca envuelta
por el ardiente resplandor de esas hondas miradas
que en lo profundo nacen
y misteriosas cruzan nuestras carnes de fiebre
para buscar los ojos donde hundirse y lograrse...

Tú, solitaria y triste,
que en la secreta selva de tus jóvenes años
sientes pasar varones de indiferencia mudos,
como erguidos deseos,
sedientos labios hondos
o como pies crueles, insensibles y ciegos,
al lado de la flor humilde y breve que en la hierba se hundía...

Allá dentro palpitas
como una flor sin alba,
un leve mar que inútil
no encontrase su orilla,
una belleza triste a la que nadie mira,
ni si fuego presiente,
ni su dulce regazo...

Tu palidez de luna desvelada y amarga,
o el brillar de tus ojos
cuando yo te miré,
fueron, sí, más que anhelo,
pasión naciente o repentina vida...
Algo más me dijeron:
que estabas dentro siempre
bajo tu amarga carne que la belleza ignora...

Tú sentías tu cuerpo
como un puerto sin nadie
donde nunca arribaron
besos, manos, caricias...
Donde nunca el amor buscó destellos
o heridores combates
porque el varón no sabe cuán viva estás tú dentro...

Yo sentí tu mirada
como una corza tímida y esquiva
cuando en mis ojos comprobaste
tu angustia adivinada...

Bajo mis lentos ojos
te hundías en la noche de tu sino,
y en tu carne sentías
el pecado que mancha tu faz no bella, oscura,
silenciosa, apagada,
donde sólo tus ojos
eternamente dulces, tristes siempre,
son luz, belleza súbita...

Te sonreí... ¿Te acuerdas?
Una instantánea llama
te encendió hacia la vida;
desde dentro sentías mi corazón latiendo...
He amado hoy tu lejana,
serena, oscura sombra.
Las almas son más bellas
y en los ojos se encuentran.
Yo no sé. Pero mi alma
desolada y doliente,
y el alma que gemía, encerrada y cautiva
en aquel cuerpo tuyo,
acaso como nunca amase nadie,
acaso como nunca, y para siempre,
se amaron un momento...

Yo no sé... Tú pasaste.
Cruelmente tu destino te empujaba sin tregua,
y a mí esa noche densa que me envuelve
me ataba.

Te sonreí... ¿Te acuerdas?
Mi corazón también
- triste, ignorado, amargo -
halló vivo en tus ojos algo de su tristeza,
su soledad sin nombre,
su olvidado destino...