AMADA ADOLESCENTE, Poemas amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)


TE he visto el corazón. Como una rosa
de joven sangre dulce amanecida.
Te he visto el corazón, música en vida,
abrirse en una rosa melodiosa…

Como una rosa viva, milagrosa,
en el jardín del pecho florecida
del rosal de tus venas, y encendida,
de un rítmico latir toda amorosa.

Sí. La vieron los ojos de mi sueño
que saben ver la realidad ausente,
latir amor cantando su alto empeño…

Y siento que me roba dulcemente
su callada armonía, flor de ensueño
que traspasa tu pecho adolescente. 



AMADA ADOLESCENTE, Poemas amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)


 ¿CÓMO te arribaré, cómo llegarte
puro, sin sombra, dulce hasta tu cielo,
cómo ocultar lo turbio de mi anhelo,
este denso latir que va a buscarte?

¿Cómo poder quererte, cómo amarte
sin llevar hasta ti mi desconsuelo,
cómo prenderte a mi fatal desvelo
sin herirte, perderte, aniquilarte?

He de callar por siempre, he de morirme
en  el tormento duro de quererte
y no querer que sepas que te quiero.

¡Poder, con este amor sin labio, hundirme
más allá de la vida y de la muerte
y más allá del sueño en el que muero!


AMADA ADOLESCENTE, Poemas amorosos (1944), Secreta fuente (1948)


 NO cabe otro sufrir ni otro consuelo
que el de esperar doliente y resignada
mendigar de tu amor una mirada,
a mi alma triste asida a triste suelo.

¡Cómo quisiera rauda, en raudo vuelo,
ascender al amor de tu morada
para rendir su fe de enamorada
en ardiente coloquio, allá en tu cielo!

¡Cómo quisiera ardiente, aquí en la tierra
que fueras cuerpo y sangre, toda vida,
para moverte a alegra y dulce guerra!

Sólo queda el sufrir, sin una herida
en el robusto cuerpo, que se aferra
a perdurar sin muerte, en esta vida.



BRISA DE AMOR, Poemas Amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)


  
BRISA que el cielo de la mar envía
a iluminar mi corazón;
rumor sobre la sombra de mi frente,
secreta, dulce voz
por la que el sueño de la mar te quiso
para la noche de mi amor.

Espuma clara, leve
luz de las aguas como sol,
a quien jamás la mano enamorada
pudo ofrecer su apasionada flor,
ni los labios su beso delicado,
ni su latido el corazón.

Sobre la arena de mi pecho
laten las olas su rumor;
pero otras brisas y aguas, otros cielos
llevan mi vida en su canción…
Yo quedé para siempre –oh brisa, espuma-
con el silencio de mi amor.





PRIMAVERA NUEVA, Poemas amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)


  
            Como el almendro, en cuya seca rama
que pareció al invierno ya sin vida
deja la primavera florecida
su nueva savia que en la flor se inflama,

            así mi alma también se me derrama
en una nueva primavera henchida
y de su amarga sequedad se olvida
floreciendo al Amor que me reclama…

            Como el almendro de este santo huerto
esperaba con fe la primavera
que le ha dejado de alba flor cubierto,

            así mi alma también, también espera
poder cantar la fe que nunca ha muerto,
¡el cielo Tuyo que un instante viera!





Canciones, Poemas amorosos (1944), Secreta fuente (1948)



            Un día volveré. La misma sangre
cantará su latido a otra pasión.
Pero por más que quiera yo olvidarte
tú morderás mi corazón.

            Tus dientes duros y crueles
tras la tierna caricia de tu amor,
tienden sus blancos apetitos
a mi maduro corazón.

            ¡Sombra de noche sin estrellas!,
tal vez olvido de mi triste voz.
Voy por el mundo sin tenerte
con este triste corazón.





Canciones, Poemas amorosos (1944), Secreta Fuente (1948)



             Canten las estrellas, canten
en esta noche encendida de amor.
Canten las estrellas
y brille el ruiseñor.
Ay, amor.

(Desnuda el agua en la fuente
oculta misteriosa su rubor.
El viento canta entre las ramas,
quema la luna en flor.
Ay, amor.)

Nunca el alba despierte,
la noche se apague nos hiera el sol.
Cante mi pena entre tus brazos
en esta noche del amor.
            Ay, amor.



Prólogo de Secreta Fuente VI (II), Carlos Bousoño



Gustavo Adolfo Bécquer,
por Valeriano Bécquer.
Aquí, como pocas veces, la poesía es “comunicación”, igual que, guardando las proporciones, vemos en Antonio Machado y Unamuno, en Bécquer y Verlaine, en San Juan de la Cruz, y aun en el gran poema de aquel otro Juan, santo también, el discípulo de Jesús. Me refiero al cuarto Evangelio.

Pues bien: la poesía de Bartolomé Lloréns es una pura comunicación de su espíritu. Pocas veces su poesía tiene la troquelada hermosura que resplandece en cada verso y que brota, a certeros golpes, de la mano del artífice. Era, en este sentido, todo lo contrario de un virtuoso de la forma. Cada poeta tiene sus caminos, y el de Lloréns iba en dirección contraria al que pudo seguir un Góngora. Su palabra tendía a transmitir sin velos la verdad de una voz cargada de resonancias humanas, de humanas pesadumbres, de humano amor, y de humana, humanísima desesperación, y también, al final de su vida, de esperanza de hombre en la luz redentora. Al final de su vida he escrito… Sí, antes dije que Lloréns carecía de creencias religiosas, o por lo menos él así se juzgaba. Yo sé todo el dolor con que aquella alma sufría su falta de fe. La llevaba como puede llevarse una tiniebla onerosa, un monte de angustia…

Pero de pronto –brillaba ya sobre España la primavera del 45- se realiza el portento, la transformación. Bartolomé Lloréns se convierte, y con la fe del converso, la más ardiente de todas, vive un año más, el más intenso de su vida, dando luz, bondad, alegría, a los que le rodeaban. ¡Qué extraña soledad sentimos sus compañeros el día irremediable que nos trajo la amarga noticia: había ya acabado todo, había muerto el amigo, el poeta, el soñador de la luz última, de la última, invulnerable verdad que allá, remota, en el cielo escondido, resplandece para consuelo de los hombres!

Entre su conversión y su muerte, Bartolomé Lloréns escribió la parte religiosa de su obra lírica. Versos llenos de acendrada fe, de clara esperanza, en los que suena el grito de la liberación. Entonces ve el poeta su vida antigua como sombra, como ciega noche, como muerte trágica.

Es la noche, es la sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado,
la más amarga, cruel, trágica muerte.

¡Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte!
Mas nuevamente en mí has resucitado.

El más puro amor del hijo pródigo, del hijo perdido que a su Padre recobra, se expresa en estos versos, tan tiernos, tan confiados, tan verdaderamente religiosos. Si exceptuamos la gran lírica unamunesca, tendríamos que remontarnos a los siglos de oro para encontrar unos poemas en los que el espíritu religioso nacional se vertiera de un modo tan antirretórico, tan humano y directo. En estos sonetos puede faltar acaso un último perfilamiento, una última perfección, un último brillo, pero ¡qué importa ese nítido acabado de la obra bien hecha, cuando está sustituido por el cálido manar repentino de estos poemas irrigados dulcemente, soterradamente, por un envío de sangre amorosa y continua!

En el nuevo renacimiento de la lírica católica que constituye parte de la poesía de postguerra, Bartolomé Lloréns ha aportado tal vez el legado más sobresaliente en estos sonetos que él con la más conmovedora y honda modestia juzgaba “excesivamente clásicos”. Jamás he conocido un ser  más auténticamente humilde que Bartolomé Lloréns. Se creía siempre el más pequeño, el más insignificante. No tenía la más íntima estimación de ninguna de sus altas cualidades, y ni siquiera se soñaba poeta.

Pues bien: está profunda humildad de nuestro amigo, que tan característica le era (tal vez lo más característico de su espíritu, junto a su generosidad), encuentra ahora, en su nueva situación religiosa el lugar que le corresponde. Porque una virtud básica del catolicismo es, como todos saben, esa tan difícil que  Bartolomé Lloréns poseía como ninguno aun antes de su conversión. Sólo con la sinceridad completa es la poesía posible. Y así, el que pretenda hacer poesía católica sin esa esencial humildad, sólo puede lograr poemas en que la falsa unción sea lo más relevante.

Por el contrario, Lloréns estaba preparado como nadie para hacer este tipo de poesía:

Sólo una gota de tu sangre pura
que al dar su vida te encumbró a la gloria,
bastara, soñador, profeta mío,
para arrastrarme a Ti con tu locura.
Mas que puedo yo darte si es escoria
cuanto tengo, Señor, en mi desvío…

Esta palabra, “escoria”, como rima, ha sido un lugar común de nuestra lírica. La idea misma de que el hombre es escoria comparado a Dios, es también un gruesísimo tópico de sermonario. Y, sin embrago, estos versos,  son tan veraces, responden tan exactamente al espíritu humilde del poeta, que esta idea, tan repetida, brilla otra vez con novedad, soplada por yo no sé qué espíritu.

Sí, amigo mío: tú te creías escoria, vil ceniza, amarga y diminuta arenilla, cuando eras el cálido espacio más traspasado por el alto y cenital sol de la vida.

En la poesía de Lloréns se ve una vez más confirmada la unicidad del amor: el amor es siempre el mismo, cualesquiera que sean sus diferentes formas. Si leemos atentamente los versos de nuestro poeta, observaremos que el sentimiento con que canta a Cristo es muchas veces idéntico al sentimiento con que cantaba al profano amor. La misma ternura, la misma generosidad, el mismo ensueño. Así, en los poemas de amor profano, el poeta canta el desvío de su amante, mientras que en los poemas religiosos es el desvío del propio poeta el cantado. En un caso –en los poemas profanos-, la desolación y la tristeza emanan de un abandono que el poeta sufre. En los poemas religiosos, se respira la misma desolación y tristeza, pero causadas ahora por el abandono que el poeta hace sufrir a Cristo, y del que el poeta se arrepiente. Por lo demás el acento es idéntico en ambos temas.

Naturalmente, no siempre es ésta la situación. Poemas amorosos tenemos de Bartolomé Lloréns, en los que el dolor nace al contemplar la pureza de la amada en contraposición a la impureza del amante:

¿Cómo poder quererte, cómo amarte
sin llevar hasta ti mi desconsuelo,
cómo prenderle a mi fatal desvelo
sin herirte, perderte, aniquilarte?

Y en este caso es paralelo con los poemas religiosos es aun más evidente, pues hasta encontramos aquí los dos planos en que se mueve todo poema dirigido a la divinidad. Por un lado, la inferioridad reconocida del poeta, envuelto en sombras, y por el otro, la pureza y luz del ser cantado. Notamos ya, en este poema profano de Lloréns, escrito antes de su conversión, ese espíritu de humildad al que tantas referencias hemos hecho, y que hemos considerado como muy propicio para expresarse dentro de un cosmos religioso.

Mas en su nueva etapa de poesía religiosa, Bartolomé Lloréns, alcanza cimas de gozosa serenidad que antes de su conversión no habían sido ni siquiera rozadas. Paz, paz al fin sobre la roca alzada, sobre el monte último, sobre la soleada cumbre de la fe:

He aquí la paz. El dulce, claro viento,
el manso fluir del agua rumorosa,
la límpida armonía venturosa
del cielo azul del huerto del convento.

Y así puede exclamar el poeta:

¡Qué nueva vida! ¡Qué secretos goces!

Y es que la humana angustia del hombre “nacido para la muerte” ha sido vencida ya. Ahora el poeta se ve inmortal; el corazón desgarrado descansa y la esperanza brilla.

A veces, el tono alcanza una robustez no sólo expresiva sino también ideológica, comparable tan sólo a algunos acentos de Unamuno, con el que se relaciona:

¡Ser tu Cristo y Jesús, oh Jesucristo,
Hombre-Dios por las alas de tu verbo,
y consumirse en el dolor acerbo
de la Pasión sangrienta en que Te he visto!

¡He de ver si sufriendo Te conquisto,
y Te recato y puro Te conservo,
Jesucristo, Hombre-Dios, Sangre en que hiervo,
Hombre en que vivo, Dios en que me existo!

El verbo existir no es reflexivo en nuestra lengua. Esto lo saben todos y como nadie el poeta. Por otro lado, la corrección era sencillísima (Dios en quien existo). Sin embargo, la expresión “me existo”, haciendo reflexivo el verbo, da extraordinaria fuerza poética a la idea, reforzándola, como intensificándola.

Poesía religiosa de Lloréns, llamada a una grandeza que la muerte ha impedido. Pero aquí, entre nuestras manos, palpita algo de lo que pudo haber sido el destello radiante del poeta trunco, del gran poeta católico que nuestras letras y nuestra religión piden.

Termino ya. La muerte nos ha arrebatado un amigo y un poeta, tal vez uno de los más sobresalientes poetas jóvenes. Bartolomé Lloréns ha desaparecido demasiado temprano, pero creo que la virtud de bastantes de sus poesías no morirá. El sincero acento, ya que no su perfección última, ha de salvarlas del olvido. Con toda la objetividad que un contemporáneo puede tener, me atrevería a afirmar que estos versos tienen un seguro puesto entre las voces auténticas de nuestro gran siglo lírico.

¿Qué hubiera sido la madurez de este poeta, ya tan verdadero y conmovedor? No lo sé. No lo sabremos nunca. La noche ciega sus ojos, su voz para siempre, y encubre a nuestras miradas el futuro imposible. La noche ha llegado. En un cementerio de Catarroja, el valenciano cielo estrellado nocturnamente vela la  solitaria garganta que cantó para los hombres su destino de amor cuando el día era luz y no tristeza.

Encima de las estrellas resuena el nuevo himno de gloria, lejos, apagadamente. El día ha vencido.

CARLOS BOUSOÑO
Abril 1948.

Prólogo de Secreta Fuente VI (I), Carlos Bousoño


VI

Bartolomé Lloréns
Poesía humana, humanísima, la de Bartolomé Lloréns, iluminada, quizá como pocas, por la especial luz de nuestro momento histórico, e inscrita totalmente en el espíritu de la postguerra, al que antes he aludido. Poesía que siempre resulta estar entreverada con el diario afán del poeta, con el diario movimiento espiritual, casi, casi con la anécdota de su alma.

Llevando a su extremo dos posiciones poéticas que la realidad suele ofrecernos entremezcladas, y presentando dos ideales tipos puros, diríamos que existe el poeta que canta el mundo, el universo, trasladando su diario afán a zonas intemporales, sin geografía ni biografía aparente; y que hay otro que nos cuenta ese mismo afán de su vida, sus pequeñas o grandes cosas, de un modo directo, sin apenas otra transformación que la necesaria para vestir de belleza el sentimiento desnudo. Naturalmente,  no es valorativa esta clasificación. Grandes poetas existen en ambos grupos.

Pues bien: Bartolomé Lloréns, pertenece sin ningún género de duda, a esa segunda clase de poetas, los que llamaríamos de “expresión directa”. Se trata de poesía biográfica, sentimental, apoyada en hechos concretos de la vida diaria. Yo podría decir por qué, cuándo y cómo escribió cada uno de sus poemas, y creo que todos sus lectores pueden asimismo seguir un poco la vida del poeta, sin más que ir leyendo la poesía que ahora se edita. Hasta tal punto estos versos son directos y nacidos de la inmediata biografía.

Amor humano y amor divino canta Bartolomé Lloréns en sus versos. Pues bien: éstas fueron las dos zonas en que su breve vida se desenvolvió. Amor humano, primero. Amor divino, después. Amor divino que dio fuego de paz a su espíritu y le hizo morir en la más gozosa esperanza, en el más confiado y tranquilo reposo. Los que le hemos visto casi moribundo, en Catarroja, envuelto en la mejor y más pura luz, jamás podremos olvidar aquel espectáculo de alegría ejemplar. Sabía que se iba a morir y podía hablarse con el de la  muerte. Deseaba la muerte como había deseado el color de los campos, el color de la vida y del amor. Con el ardor, con la pasión, con el ensueño hondo que siempre envolvió su vida, su altar de vida.

Miguel de Unamuno
Pero primero, amor humano. Amor humano que hizo cuajar de pronto el espíritu poético de Lloréns en una auténtica poesía. Hasta entonces sólo balbuceos había hecho. El amor y el sufrimiento amoroso dieron honduras insospechadas a aquel corazón de hombre que repentinamente empezó a cantar esta poesía, desesperada o agónica –como diría Unamuno-, que ahora se edita.

Agonía amorosa. Sí, el poeta, en los Campamentos de la Milicia Universitaria, lejos de su amor, a solas con la tierra y el cielo largo, interminable de Andalucía, se desesperaba solitariamente. Y entonces fue cuando escribió aquellos sonetos tan humanos, tan amargos, tan poéticos y conmovedores, aquellos sonetos del amor sin esperanza, del amor como castigo, del amor como pesadumbre, que ilustran algunas páginas de este libro. Era la noche, una noche de luna, y el poeta estaba de centinela bajo su fría luz. 

Noche de luna, noche en centinela,
sin más amor que tú, luna insensible,
sin otro fiel amor, mi carne vela.

Vela mi carne un sueño, que imposible
ya no tiene otro amor, y se desvela,
amarrado, sin nadie, incomprensible.

Entonces Bartolomé Lloréns aprende la gran verdad, que tantos otros poetas en parecidas circunstancias parecieron. (Sí, la vida es un sueño, un sueño fantasmal.) Y es que la poesía revela la verdad de la vida, y la vida enseña su verdad, siempre la misma, al poeta. En poesía no importa la repetición de una verdad, porque esa verdad suena siempre distinta, con la peculiaridad expresiva que le da la voz de su creador.

Y entonces, el poeta, triste con la amargura del amor, mira al hombre y encuentra que la vida humana no tiene sentido, no tiene finalidad:

Tránsito por la tierra. Inútilmente
el corazón esperará su vuelo:
el polvo ha de morder la altiva frente.

Mira en tu desamparo sobre el suelo
tu pobre barro derrotadamente:
no osen tus ojos elevarse al cielo.

Y es que todo artista es siempre un generalizador. De un caso particular, de un dolor particular, hace un caso general, un dolor general. Y si bien lo analizamos, es un medio de consolarse que el hombre entristecido tiene, un medio para apagar la conmiseración hacia uno mismo, que es siempre la más triste. Acordémonos de aquel refrán que dice: “mal de muchos, consuelo de todos”, refrán lleno de esa sabiduría psicológica que tantas veces nos sorprende en los antiguos labios del pueblo. Conmiseración hacia sí mismo por las tristezas que el amor trae consigo cuando es grande y verdadero.

Pero además otro importante elemento se alió con el amor para fraguar el alma –poética y humana- de Bartolomé Lloréns: el presentimiento de su próxima muerte, que muchas veces, en la conversación más íntima, insinuaba, y que yo entonces creía típicos pesimismos adolescentes. 

Sí, presagios de muerte en su vida, en sus versos. Presagios de muerte y amor doloroso  hubieran bastado para fraguar un alma profunda. Pero todavía había más. Estos sentimientos estaban aún ahondados por la carencia de un apoyo en la divinidad, en la que el poeta pudiera descansar de la humana agonía. En efecto, Bartolomé Lloréns carecía de ese cálido soporte, aunque tenía como muy pocos, sed de Dios, sed de paz, sed de Vida. Ahora comprenderá el lector el sentido exacto de ese soneto titulado “Adán pecador”, cuyos tercetos quedan copiados más arriba. Con cuánta esperanza dice Lloréns al hombre que él es y también a los demás hombres:

¡no osen tus ojos elevarse al cielo!




Prólogo de Secreta Fuente V, Carlos Bousoño

   
V

Miguel de Unamuno
¿Cuáles serán los elementos formativos que han aglutinado la nueva poesía? Creo que son visibles dos influencias sobresalientes: de un lado la de Unamuno; de otro la de Vicente Aleixandre. Y aun habría que sumar más: la del malogrado poeta Miguel Hernández, que muere en el año 42, dejando una obra, incursa en nuestro mismo espíritu, y que es, al mismo tiempo, y en cierto modo, usando la terminología de Petersen, origen y guía de nuestra generación, como primer miembro de ella.

Estas tres influencias son las generales para todo el grupo poético juvenil, aunque la dosis sea variable en cada caso particular. Incluso puede faltar alguno de los tres elementos, siendo sustituido o no por otro u otros distintos. Pero también es reconocible la huella de Antonio Machado, Cernuda, Dámaso Alonso, algún clásico e incluso poetas extranjeros como Rilke, Whitman, etc.

Miguel Hernández, cabeza visible de la
"Generación de postguerra"
Hasta ahora he venido refiriéndome al grupo de los jóvenes surgidos después del 39, al que sin aclarar el término he asignado el mote de “generación”. Naturalmente es aún pronto para dar tal apelativo a un conjunto de poetas que todavía está sin desarrollo completo y casi, casi se encuentra en estado de brote. Pero pienso que, con todas las reservas, es ya posible ver bastantes de las características que se han exigido para la existencia de una generación: hecho catastrófico (guerra del 36); elementos formativos comunes (nótese que casi todos los jóvenes poetas son universitarios, y recuérdese lo que acabamos de decir acerca de las comunes influencias); cabeza o delantero, reconocido o no, perteneciente a la misma generación (Miguel Hernández). Petersen pide también un lenguaje generacional. Opino que este elemento es bien visible y puede ser reconocido por todos. Posiblemente la comunidad de lenguaje sea el mayor efecto de la joven poesía. En México, donde tuve ocasión de presentar, a lo largo de una conferencia, algunas muestras sobresalientes de la producción poética española de hoy, fue notada por el auditorio la relativa identidad de lenguaje entre los diversos poetas presentados.

Juan Ramón Jiménez
Es de notar que casi todos los poetas de la generación anterior, han evolucionado en un sentido no muy lejano al de los jóvenes, guardando siempre, como es lógico, sus características esenciales. Maestros y jóvenes han coincidido sobre todo en tres puntos concretos: clarificación de la expresión poética, humanización del fondo vital de la poesía, y nueva complacencia en la línea Quevedo-Machado  frente a la línea Góngora-Juan Ramón Jiménez, antes preferida. Ejemplo de lo dicho pueden ser Guillén, Aleixandre y Cernuda, por no citar sino tres de cuya obra posterior al 36 tenemos más completa noticia en España. En efecto, el tercer “Cántico” ha perdido aquella luz de sereno diamante que tenía en sus dos ediciones anteriores, y ha dado entrada a lo que llamaríamos “conocimiento del dolor”. Es bien notoria, por otro lado, la clarificación expresiva de este tercer “Cántico”, de la que me ha hablado el propio Guillén. Igual sucede en “Sombra del paraíso”, de Aleixandre, cabal ejemplo de hasta qué punto puede aliarse la hervorosidad cálida del corazón con la suprema belleza de la forma. En Cernuda, la transparencia de dicción viene dándose desde el último libro publicado antes de la guerra, “Invocaciones a las gracias del mundo”, y se continúa a través de las diversas obras escritas a partir del año crítico de 1936.

La poesía, pues, ha dado un giro desde la guerra española y hoy boga en una distinta dirección. O renovarse o morir. Nuestra poesía ha optado por el primer miembro del dilema, y hela aquí, de nuevo, dispuesta a existir, a existir bajo otro clima, bajo otra poética, pero bajo el mismo cielo de siempre: el eterno e imperturbable cielo al que aspira.

Prólogo de Secreta Fuente IV, Carlos Bousoño


IV

Vicente Aleixandre
Nuestra poética es todo lo contrario de lo que llamaríamos frivolidad o estúpido jugueteo. Pocas veces se ha hecho poesía tan en serio, con una vocación de seriedad tan honda y arraigada. Y acaso éste sea el peligro de ella. Tal vez sea “humana, demasiado humana”. Porque los que estamos metidos de lleno dentro de la corriente literaria no podemos juzgar la literatura con objetividad completa y estamos sujetos a error. Amamos lo humano, nos emociona lo humano y llegamos a considerar que poesía es “comunicación”. En una carta de Vicente de Aleixandre leo: “La poesía no parece cosa de belleza, sino de comunicación”. ¿Es esto verdad? Si nos ponemos la mano sobre el corazón, diremos que, al menos eso es lo que hoy entendemos por poesía. El criterio de ayer era otro. El de mañana será otro distinto aun. Esto es lo natural, lo lógico, lo biológico. No importa. La poesía no puede ser definida. Sólo es susceptible de definición la poética, el gusto poético de determinados períodos, sujeto a los vaivenes de la temporalidad. Hoy nos gusta lo que ayer se desdeñaba. Mañana no gustará lo que hoy nos agrada y emociona. Pero el gran poeta, y aun el no grande y solo auténtico, resucitará, pasado mañana o pasados cinco siglos. Resucitará como la luz violenta del amanecer. Siempre juvenil, la poesía existe.

¿Y la forma en que pretendemos absorber ese pálpito humano a que me he referido? En la juventud poética de hoy hay un anhelo constructivo, un afán de perfección formal que se evidencia en la boga del soneto y de otras fórmulas más o menos cerradas. Creo que todos aspiran a envasar en armoniosos y arduos recipientes el latido claro u oscurísimo de sus humanizados corazones. Ah, qué difícil, qué casi inasequible meta. Pero la juventud suplica siempre lo absoluto, y rinde sus mejores fuegos tal vez al imposible.

Tampoco importan, de momento, los fracasos. Algo quedará de este noble empeño. Alguna joya preciosa acaso quede gastada para siempre como perpetua luz en la roca durísima de la poesía castellana. ¡Luzca como un diamante, como un gratísimo fulgor, como un sueño, bajo el sol de la mañana imperecedera!

María Magdalena, "El Greco"
Perfección formal más cordial palpitación humana. Esta es la meta. Naturalmente existen los grupos extremosos que sólo llevan a término uno de los dos componentes.


Pero existen también –y son los más- los que aspiran a la síntesis feliz que los salve. A estos poetas habría que decir, como Cristo a la Magdalena: “Mereces perdón porque has amado mucho”. Amar mucho, pedir mucho, para recibir lo que sea, lo que merezcamos. Si uno solo obtiene el galardón, los demás aplaudiremos desde la otra orilla.


Prólogo de Secreta Fuente III, Carlos Bousoño

III

Ante las circunstancias europeas, las nuevas voces poéticas hubieron de adensarse, de profundizarse, de “humanizarse” más y más. Los poetas empezaron a “creer” en la muerte. Los hombres “saben” que han de morirse, pero no siempre “creen” en ello. Sí: la poesía española se ha humanizado. Al empezar el hombre a creer en la muerte, se despierta en él, de un modo paralelo, la conciencia de lo que es la vida, del mismo modo que el desgraciado adquiere conciencia de la felicidad que tuvo en otro tiempo. Así el hombre se “humaniza”, porque se da cuenta de que vive, al darse cuenta de que muere, de que es humano, mortal, perecedero.
  
Antonio Machado
Conciencia de que vive, conciencia de que muere, esto es, conciencia de que existe en el tiempo. El tiempo y su fugitividad, o sea, la idea del hombre como ser temporal, limitado por dos abismos –nacimiento y muerte- será el escenario en que se ha de mover gran parte de la nueva poesía española. Pero, ¿no será ésta una de las características más sobresalientes de la literatura española y hasta europea y norteamericana del siglo XX? Releamos a Antonio Machado, que definía la poesía como “palabra en el tiempo”, a Azorín, a Unamuno, y veamos cómo esa sensación del “fugit irreparabile tempus” impregna casi todas las páginas de sus libros. Y si traspasamos los Pirineos, ¿no nos encontramos con un Bergson, filósofo de lo temporal, en Francia, y luego ya en nuestros días, con el existencialismo angustioso de Sartre? Pero también en la literatura norteamericana la sensación del tiempo la podemos hallar, y así, un escritor, como Thornton Wilder escribe “Our Town”, obra de teatro eminentemente temporal.
  
Y es que, naturalmente, esa “humanización” de que hablo no pudo haber surgido, de pronto, a modo instantáneo, como arde un estanque de gasolina al aplicarse una cerilla. No. Los cambios de espíritu en la historia –se ha dicho- no se dan por saltos, sino por evolución lenta. Y así, esta progresiva humanización viene desarrollándose tal vez desde el romanticismo, intensificada luego por las dos guerras mundiales. El recrudecimiento de tal fenómeno a partir del superrealismo creo que es evidente. Luego la guerra particular de España y la general de Europa hicieron el resto…
  
El hecho creciente de la humanización del hombre actual, que vengo comentando, está registrado de una manera clara, en el vocabulario de hoy. Todos pueden comprobar, a poco que se fijen, una a modo de inflación en el uso de la palabra “humano”. Casi, casi, es ya un latiguillo, sésamo, o palabra mágica de nuestros días.
  
“Un libro muy humano”, “un poema muy humano”, “un hombre muy humano”, son frases que todos decimos. El ser o no ser humana una persona, un film o un libro, es ya para nosotros algo valorativo. El hombre medio juzga ya la calidad de casi todas las cosas por su mayor o menor coloreamiento de humanidad. Y conste que no creo que nuestro punto de mira sea el mejor, ni el que nos vaya a proporcionar una visión más completa. Sólo registro un hecho, sin analizarlo. Es más: pienso que tal vez estemos en un error. Quizá ese modo de ver y de considerar las cosas sea el más sujeto a modificación, el más errado, el más fungible traje de época, insoportable apenas pasen las circunstancias que lo han hecho nacer. 
   
Pedro Salinas
Pero sí: el hombre, su alma, son fenómenos interesantes para la gente de hoy. He aquí la explicación del psicologismo que caracteriza nuestra época, y que trae como consecuencia es éxito, por un lado, de Freud, y por el otro de biografías y epistolarios. También esta humanización y psicologismo pueden explicar el gran desarrollo de la poesía lírica en el siglo XX. Pedro Salinas, en un ensayo, ha caracterizado la literatura de nuestra centuria como eminentemente lírica. Literatura impregnada por la poesía e impregnada de su espíritu.

  
Este es el mundo que nos ha tocado vivir. Mundo de postguerra en España, de diario afán difícil, mientras la otra honda lucha, la europea, continuaba con su rumor, roncamente, allende las fronteras de nuestra patria, y cuyas olas golpeaban, una y otra vez, en los Pirineos inmóviles. Olas de la guerra, allá, allá. En España, las juventudes retornaban a las Universidades. Iban apareciendo tímidamente, algunos poetas jóvenes, en cuyos libros palpitaba también la terrible verdad que agobiaba el mundo. Temática de dolor, de agonía, de muerte. Algún poeta se agarraba con ansia de salvación a la gran cruz católica, leño de Noé que flotaba sobre las aguas de la guerra como única posible solución. Acaso se avecina un gran resurgimiento del espíritu cristiano, cuyas primeras señales sean estos libritos, emocionados, de parte de la juventud poética actual. 

Prólogo de Secreta Fuente II, Carlos Bousoño

II

¡Extraño destino el de nuestra generación poética! A veces pienso en aquella otra alemana de escritores románticos, arrebatada en la flor de la juventud. Tal vez ambas, salvando las distancias todas, estén unidas por fuertes vínculos y un común signo: la muerte. Sí, sobre nuestra juventud parece que también brilla, ciega y desnuda, la estrella blanquísima de la muerte. Nuestros poetas jóvenes miran el lucero pálido alucinadamente. Lo cantan con rencor o tristeza, con resignación o sabiduría. La estrella sigue brillando. Sobre el cielo de España, la muerte da su sagrada luz desnudada. Es a veces la muerte un lucero irisado. Otras un violento astro rojo. Los poetas de España, bajo el cielo de la muerte, alzan la cabeza somnolienta, o se inclinan bajo el tiempo impregnado, mortal. ¿Empieza a cumplirse un destino? Muere Bartolomé Lloréns en Catarroja, donde había nacido. Mayo de 1946. Por aquellas fechas, otro poeta joven, José Luis Hidalgo, estaba dando fin a un libro titulado Los Muertos. Antes de un año, José Luis Hidalgo era uno más, un muerto más bajo la tierra.

Un poeta y crítico, residente en América, me hablaba hace poco de la sinceridad de la nueva poesía española. Recuerdo su frase:
“La generación de ustedes canta a la muerte, pero se muere de verdad.”

Autorretrato de José Luis Hidalgo
Sí: ha pesado un destino ciego, inexorable. Algo hizo que Lloréns, que Hidalgo, que varios otros poetas, prorrumpieran en un coro de himnos, de elegías, de cantos a la muerte. Parece como si ella oprimiera las gargantas de todos, hasta hacer que los poetas se arrancaran del corazón la verdad más honda de sus vidas. Nuestra generación ha vivido el más terrible y crítico momento de la historia del mundo. Ha visto con ojo triste y asombrado removerse el árbol orgulloso hasta que todas sus hojas, verdes y tranquilas, se pusieron de un amarillo pálido, primero, y fueron, luego, cayendo, una a una, sobre los campos de Europa. Ha visto después, pudrirse las hojas, hacerse mantillo sobre el suelo, uniforme mantillo con sólo destino de tierra, mientras arriba, el árbol leñoso, desnudo, era aún soplado por el huracán invasor. ¿Qué quedará de él? ¿Dará en tierra para siempre? ¿Rebrotará otra vez, juvenil, derecho bajo el sol? Tal vez nuestra generación pueda ver el desenlace de esta terrible crisis mundial.


Aguardemos con esperanza la nueva luz.


Prólogo de Secreta Fuente I, Carlos Bousoño

I

Aquí tenéis las poesías de Bartolomé Lloréns. Para algunos –para poquísimos amigos- serán familiares. Para los más, para el pequeño gran público de poesía, resultarán completamente desconocidas. ¿Quién es este Bartolomé Lloréns?, se preguntará. Nadie, o casi nadie, le conoce, y, sin embargo, es –o fue, mejor dicho, pues ya murió hace dos años, cuando el poeta tenía veinticuatro- uno de los más sobresalientes poetas de la generación de postguerra. Y no sólo por la poesía era eminente Bartolomé Lloréns. Por otras razones también, que irán saliendo a lo largo de este prólogo, se destacaba como árbol mayor, como luz mayor, sobre todos nosotros. 

En Madrid yo conocí al poeta en octubre de 1943. Paseábamos con toda la frecuencia que las clases nos permitían, por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. Ambos éramos alumnos del tercer curso, y aspirantes los dos a filólogos románicos. Nos unía la misma vocación poética, y discutíamos con mucho más calor la belleza de un verso que la pérdida de las consonantes sonoras intervocálicas. Esto no quiere decir que Lloréns no fuese un alumno aventajado. Lo era aventajadísimo. El compartía con otros dos muchachos el primer puesto en las clases, que nadie se atrevía a disputarles. Pero el corazón del poeta iba hacia otro sitio, buscaba como la rosa de un poema lorquiano, “otra cosa”. Y esta “otra cosa” era la dulce, la eterna poesía. 

SECRETA FUENTE, Bartolomé Lloréns

En el año 1948 ADONAIS publica póstumamente Secreta Fuente, que podemos considerar, aunque otras obras recojan sus escritos, como el poemario de Bartolomé Lloréns. Todo ello se llevó a cabo gracias a su buen amigo Carlos Bousoño, quien escribió el prólogo y seleccionó los poemas.

No deja de ser curiosa la siguiente nota, que nos recuerda, a aquellos que tenemos el poemario, la suerte de la que somos partícipes.

JUSTIFICACIÓN DE LA TIRADA
De esta primera edición póstuma de Secreta Fuente, de Bartolomé Lloréns, se han hecho cuatrocientos veinticinco ejemplares en papel de edición, y ciento en papel especial, de los cuales setenta numerados del 1 al 70 para los suscriptores de lujo de "Adonais", y treinta numerados del I al XXX para los suscriptores de honor. Se ha hecho, además, una tirada aparte de cincuenta ejemplares en papel ofset, numerados a mano.

Reproducimos la cita que encabeza el libro, pronunciada por Dámaso Alonso en su Discurso de recepción en la Real Academia Española, que puede ayudar a ilustrar la grandeza de la personalidad de Bartolo y puede constituir una síntesis de su vida, o de lo más esencial de ésta:

"... El año pasado muere Bartolomé Lloréns, la juventud quizá más traspasada de vida y espíritu, que he tenido estos tiempos a mi lado..."





Material de la exposición sobre Bertomeu Lloréns en Catarroja


Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 1922- 1946)

Un camino en sombras hacia la luz: “Es un poeta de la vida. Anhela la muerte si es el precio para una vida más limpia.”

“Era un auténtico sabio, sobre todo en lingüística.” (Carlos Bousoño)

Había iniciado una tesis doctoral sobre el valenciano de los pescadores de la Albufera, pero la enfermedad le impidió desarrollarla.

“De haber seguido hoy entre nosotros sería un prestigioso lingüista, probablemente Académico de la Lengua” (Carlos Bousoño, Académico y amigo de Bartolomé Llorens)


Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 13 de marzo de 1922-31 de mayo de 1946)

Nació en Catarroja el 13 de marzo de 1922, y falleció el 31 de mayo de 1946, a los 24 años. Su familia era conocida  como la d’els Estudiants, porque  en el siglo XIX uno de sus abuelos, llamado como él Bartolomé Llorens, cursó estudios, lo que no era frecuente en una población fundamentalmente agrícola.
Estudió en el Instituto-Escuela. Hizo Filosofía y Letras en la Universidad Literaria de Valencia (hoy Universitat de València). Fue un estudiante apasionado, vitalista y trabajador, que se declaraba no creyente, aunque en su intimidad experimentaba una gran sed de Dios.

En 1943 se traladó a la Universidad Central de Madrid, para estudiar Filosofía Moderna. Fue discípulo de Dámaso Alonso. Formó parte de la tertulia literaria que tenía lugar en casa de Vicente Aleixandre, donde conoció a Gaos, Castillo Puche y a su gran amigo Carlos Bousoño, futuro Académico de la Lengua.

Carlos Bousoño ha dejado escrito: “Yo escribía Subida al Amor y leía con frecuencia a Bartolomé los poemas que iba escribiendo. Sus comentarios eran siempre inteligentes y llenos de vida. Pues para nosotros lo mismo los problemas culturales que los artísticos eran vida, palpitantes trozos de vida y no secas referencias eruditas o recreativas. Bartolomé Lloréns era ya un auténtico sabio, dentro de su jovencísima juventud, sobre todo en lingüística”.

Era “serio en su trabajo, ilusionado en su afán poético, generoso y cordial en la amistad, ejemplar y maduro en su aceptación consciente y alegre de la muerte que se lo llevó tan temprano a los ojos de quienes le queríamos”

“Hubiera sido (….) uno de nuestros mejores filólogos, y hoy lo tendríamos en la Academia, sin duda ninguna, como lo está nuestro compañero de curso Fernando Lázaro Carreter…”

“Recuerdo las reuniones en casa de Vicente Aleixandre los domingos, la alegría que allí imperaba, el afecto profundo que a todos nos unía, la ilusión de empezar a escribir, que experimentábamos como un destino frenético y deslumbrante, un ansia de ser, no famosos –eso no contaba para nada- , pero sí escritores, escribir y procura hacerlo bien: la felicidad de que la poesía existiese,…”

En sus años universitarios sus versos reflejan la tensión espiritual de su alma, que atravesaba un período de crisis: no acepta racionalmente la trascendencia que pide su alma. Ansía sin hallar y desea sin lograr. En su poesía manifiesta la tensión entre los deseos y los sueños. Los deseos  le hablan de pasión, de  carne, de cosas que no sacian y no dan la felicidad. En cambia los sueños son ideales juveniles de realización perfecta, anhelo de trascendencia, ansia de Dios, afán de pervivencia, de infinito, vida de amor en plenitud a la que se sabe llamado.

Se hacía preguntas que no encontraban respuesta. En las Navidades de 1944 escribió:

Vedme, miradme todos,
soy un hombre desnudo y con las manos vacías
que viene ya de vuelta de todos los sistemas.
Un cansancio se sueños martiriza mi frente
Y el corazón me duele con sangre de verdades.

El Viernes Santo de 1944, nada más que por acompañar a su madre, asiste al Sermón de las Siete Palabras. Una frase le produce especial impresión: Como cae el rocío de un árbol, así caía la Sangre de Cristo del árbol de la Cruz. Al día siguiente anota esa frase y escribe unos inesperados Sonetos a Jesucristo, a Quien empieza a vislumbrar como el más sublime soñador:

                …soñador, profeta mío- Tú fuiste el que soñó más alto sueño, soñador de la Muerte vuelta en Vida, / soñador de una Vida eterna y pura.
                Tú fuiste, Cristo mío, un puro anhelo / un sueño, una hermosura de la vida, /… una pura mirada, /…/ un puro vuelo.
                Sólo una gota de tu sangre pura / que al dar su vida te encumbró a la gloria / bastara, soñador, profeta mío, / para arrastrarme a ti con tu locura.
                …He de ver si sufriendo te conquisto.

En agosto de 1944, durante una guardia en el campamento de milicias, bajo una noche estrellada, se dirige directamente a Dios, de tú a tú,  como nunca lo había hecho hasta entonces:

Mírame tú; tus ojos misteriosos
cuya inmensa pupila me rodea
son la luz ideal que me sostiene.
(“De guardia en la línea caimán”)

En marzo de 1945 (tiene 23 años) el capellán de la residencia de estudiantes donde vive en Madrid, el dominico P. Aguilar, le invita a asistir a unos ejercicios espirituales. Asistió por pura cortesía, pero inesperadamente se produjo la conversión espiritual que anhelaba secretamente, su encuentro con Cristo:

La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son libertad en Ti, Señor, ¡son Cielo!

Como fruto de ese encuentro con Cristo, se planteó una entrega total a Dios. El padre Aguilar le aconsejó que acudiese a un centro que dirigían personas del Opus Dei. Pocos días después, el 27 de marzo de 1945, escribió en Valencia una carta a San Josemaría Escrivá, solicitando ser admitido en el Opus Dei.

A partir de ese momento, según su amigo Carlos Bousoño, tuvo “la misma alegría de siempre, pero más alta, como iluminada. Me contó su experiencia y me hizo leer una serie de sonetos que había escrito como consecuencia de la remoción de su conciencia (…) Los leí y mi emoción iba creciendo a cada paso. Los poemas estaban llenos de verdad y, por tanto, de auténtica poesía. Desde entonces le vi de otro modo. No sólo iba a ser un gran científico de la lengua, sino también un verdadero poeta, que ya estaba anunciando su gran sensibilidad…”

Cuando había comenzado a trabajar en su tesis doctoral sobre la lengua de los pescadores de la Albufera, sobrevino la gravísima enfermedad: tuberculosis laríngea avanzada.
Cuando Carlo Bousoño acudió a visitarle en su casa “me recibió con la misma alegría de siempre: “Me voy a morir”, me dijo con naturalidad, y añadió: “¡Pero qué fácil es morir! Lo difícil es vivir y ser fiel cada día a la honda creencia”.

“Yo estaba asombrado –relata Bousoño-. Bartolomé no tenía el menor miedo, el menor dolor. Seguimos hablando de otras cosas ajenas a la grave noticia. No estaba triste ni parecía pensar en el asunto. Cariñoso, interesado por todo y por todos como siempre. De sí mismo no hablaba, pero su entusiasmo no había menguado, ni su íntima felicidad… Bartolomé era mucho más grande de lo que yo había esperado de él. Su obra magna no era necesario escribirla: la había realizado ya en su propio ser, de un modo hondo, completo”.

El 27 de enero de 1946 acudió a visitarle en su casa de Catarroja el fundador del Opus Dei, san Josemaría: le animó a rezar por su curación y al mismo tiempo a aceptar la voluntad de Dios con alegría. Se despidieron con un apretado abrazo. “¡Y me dijo en tan breves instantes tanto!” escribe un emocionado Bartolomé a sus amigos.

Carlos Bousoño le escribió el 30 de mayo de 1946: “Tu recuerdo, Bartolo, será siempre para mí puro y ejemplar. Dentro de mi corazón estarás siempre, siempre, siempre, como el motor de todos mis actos nobles.

Me has dado un ejemplo, un ejemplo de Vida, de carácter, de desinterés, de generosidad para con tus amigos y para con Dios; un ejemplo que no olvidaré nunca. Cuando los años pasen, y yo sea un viejo, si es que llego a serlo, recordaré los días de la juventud, y en ellos te veré tan humano, tan juvenil y cargado, tan rico de dolor y alegría, que tu visión me hará olvidar las tristezas del mundo”.
Recibía muchas visitas del pueblo, de sus amigos del Opus Dei, de viejos amigos de la Universidad de Valencia.  En los últimos meses, como no podía hablar, se servía de una pizarra en la que escribía respuestas divertidas a las preguntas que le hacían. Creó una simpática obra de teatro para esos momentos –La perromaquia, la llamó- escrita en fichas que entregaba a las visitas para que fuesen leyendo en voz alta, mientras él hacía moverse con gracia  y de acuerdo con el texto a un simpático perrillo articulado, hecho con madera y cuerdas. Las visitas, que habían acudido a consolar, salían consoladas y emocionadas: era Bartolomé, siempre generoso y entergado, quien les había hecho pasar un rato agradable a ellos.

En la noche del 31 de mayo de 1946 Bartolomé esperaba serenamente la muerte. En un momento dado, al filo de la medianoche, hizo a su madre un gesto de despedida con la mano. Sonrió y le dijo en un susurro: m’em vaig. Instantes después falleció.


Selección de poesías:
199: Canción del agua viva (17 de enro de 1946)
195: astronomía (3 de octubre de 1945)
186: Pecado y Resurrección (sin fecha)
163: Amada adolescente (16 de octubre de 1944)
158: Amor a la tierra (5-6 de agosto de 1944)

*Material facilitado por la Asociación Cultural Falla l'Albufera de Catarroja. Que se utilizó para la exposición Nou dies d'octubre. 

Una exposición rinde homenaje a Bertomeu Llorens, joven poeta fallecido en 1946.

Fue discípulo de Dámaso Alonso, amigo de Carlos Bousoño y frecuentó las tertulias de Vicente Aleixandre. Educado en un ambiente racionalista y ateo, sufrió un proceso de conversión y descubrió a Dios y su vocación al Opus Dei.


El 2 de octubre ha sido inaugurada en la sala de exposiciones del Palau de Vivanco de Catarroja la tradicional exposición “Nou díes d’octubre” que todos los años organiza la Asociación Cultural Falla l’Albufera de Catarroja (Valencia).
Este año está dedicada a Bertomeu Llorens, filosofo y poeta nacido en la localidad, fallecido en 1946 cuando era una joven promesa de la literatura española, un año después de haber pedido la Admisión en el Opus Dei. En Catarroja, su ciudad natal, se le recuerda con aprecio, y es frecuente encontrar flores en su tumba que dejan personas que acuden a pedirle favores. Un colegio público de enseñanza de la localidad lleva su nombre. 

Valor humano y afectivo de los manuscritos originales de Bertomeu


La inauguración estuvo presidida por la Alcaldesa de Catarroja, Soledad Ramón, y contó con la presencia de la Regidora de Cultura y Festes, Mari Angels López y otros concejales y autoridades de la Coorporación municipal, así como de las falleras mayores de Catarroja y de la Falla l’Albufera, los Presidentes de las fallas y numerosos vecinos de la localidad, entre ellos los parientes de Bertomeu. 

Ampar Orellano, representante de la Asociación Cultural Falla de l’Albufera, expresó la emoción de todos los presentes ante el gran valor humano y afectivo que se ofrecía con los manuscritos originales de Bertomeu, y subrayó el hecho de que es la primera vez que se expone en público su obra manuscrita desde su muerte en 1946.  Agradeció en nombre de los presentes a la Prelatura del Opus Dei y a su Oficina de Comunicación en Valencia por el cuidado con que se había guardado ese material y las facilidades dadas para organizar la muestra. 

Tanto la Regidora de Cultura como la Alcaldesa tuvieron palabras emocionadas y de agradecimiento por el trabajo de la Asociación Cultural. La Alcaldesa recordó una tradición que aún se vive en Catarroja: los estudiantes, en época de exámenes, acuden a la tumba de Bertomeu para pedirle que interceda por el buen resultado de los exámenes; ella misma lo había hecho por consejo de su padre cuando era estudiante. 

Un guiño de Bertomeu a sus paisanos

Jesús Acerete, de la Oficina de Comunicación del Opus Dei en Valencia, manifestó su alegría por la iniciativa, ya que la vida de Bertomeu ofrece un ejemplo de nobleza y búsqueda de ideales muy oportuno para todos. Resaltó igualmente que Bertomeu es hoy conocido en muchos países, gracias entre otras cosas a las copias de sus cartas, de gran calidad literaria y humana, que muchos amigos suyos del Opus Dei llevaron en los momentos de la primera expansión del Opus Dei. 

Señaló también que el hecho de que la muestra se inaugure un 2 de octubre, aniversario de la Fundación del Opus Dei, constituía sin duda un guiño de Bertomeu a sus paisanos, para que se fijaran en lo esencial de su vida, su descubrimiento de Dios, sin quedarse en aspectos secundarios de la muestra. Tras las palabras del Presidente de la Falla, las Falleras Mayores de l’Albufera procedieron a cortar la cinta que inauguraba la exposición, entre los aplausos de los asistentes. 

"La juventud quizá más traspasada de vida y espíritu"

Bertomeu, nacido en Catarroja en 1922, estudió filología hispánica, fue discípulo de Dámaso Alonso, amigo de Carlos Bousoño y frecuentó las tertulias de Vicente Aleixandre. Educado en un ambiente racionalista y ateo, sufrió un proceso de conversión y descubrió a Dios y su vocación al Opus Dei. Falleció a los 24 años, dejando una obra de gran calidad literaria que refleja vivamente su trayectoria interior.


Además de los manuscritos originales de sus poemas, se expone también una amplia muestra de su correspondencia, así como alguna de las cartas manuscritas y telegramas que le envió el fundador del Opus Dei. Poco antes de su fallecimiento, san Josemaría Escrivá acudió a Catarroja para visitarle en casa de sus padres. Se despidieron con un abrazo emocionado.

En el libro Tiempo de Caminar, se puede leer:

En junio de 1946 moría en Catarroja (Valencia) Bartolomé Llorens, miembroNumerario del Opus Dei. De este hombre joven, poeta, pudo decir Dámaso Alonso -Catedrático de Filología Románica en la Universidad Complutense- en su discurso de Recepción en la Real Academia Española: «El año pasado muere Bartolomé Llorens, la juventud quizá más traspasada de vida y espíritu, que he tenido estos tiempos a mi lado... ».


Cuando Bartolo conoce la gravedad de su estado, escribe a un amigo:


«He recibido carta de Lagasca. Me dicen que vendrán dentro de unos días y que le pida a Isidoro Zorzano mi curación. Se la voy a pedir como un loco a ver qué sale. Lo que pasa es que soy tan pobre persona que quizá no merezca que por mí ocurra nada extraordinario. Pero ¡he alcanzado tantas cosas sin merecerlas!


¿Qué merecimientos, antes bien todo lo contrario tenía yo para que en unos Ejercicios (...) a los que fui con el propósito nefando de salir como estaba, me señalase el Señor con su marca de fuego? Y después, ¿quién era yo para ser hijo de Dios en su Obra divina, en su Opus Dei?».


Y así, haciendo su más logrado poema, como el Padre le dice la última vez que viene a verle, se va en un día de sol, cuando la muerte viene a cortejar su vida joven:

«Me quiere más mi muerte cada día

y corteja a mi vida moza y breve

que seducida queda a su porfía.

Toda mi vida es suya y no se atreve

-oh lento amor- a hundir ya mi agonía 

mientras mi vida pide que la lleve».


Para saber más de Bertomeu Llorens:


Bartolomé Llorens. Una sed de eternidades. Prólogo de Carlos Bousoño. Juan Ignacio Poveda. Ed. Rialp, 1997
Secreta Fuente. Antología de poemas de Bartolomé Llorens. Carlos Bousoño. Adonais, 1948.