José Miguel Cejas. Un joven poeta II.

Un joven poeta

Durante ese periodo Lloréns escribió varios poemarios: Hojas sin árbol, Fuga, Tránsito por la tierra... Sus versos reflejan la fuerte tensión espiritual de su alma, que atravesaba un periodo de crisis, y se hacía preguntas que no encontraban respuesta, como se trasluce en este poema que escribió en las Navidades de 1944:
Vedme, miradme todos.
soy un hombre desnudo y con las manos vacias
que viene ya de vuelta de todos los sistemas.
Un cansancio de sueños martiriza mi frente
y el corazón me duele con sangre de verdades.

En marzo de 1945 un dominico, el Padre Aguilar, capellán del Cisneros, le propuso hacer ejercicios espirituales. Y durante aquellos días se produjo la conversión espiritual que anhelaba secretamente:
La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son libertad en Ti, Señor, ¡son Cielo!


Como fruto de ese encuentro con Cristo se planteó una entrega total a Dios. El Padre Aguilar le aconsejó que fuese a La Moncloa, una residencia dirigida por personas del Opus Dei. Pocos meses después, tras hablar con su amigo Vicente Fontavella en Valencia, decidió pedir la admisión el 27 de marzo de 1945.

Residencia La Moncloa



La misma alegría de siempre, pero más alta, como iluminada



Durante esta nueva etapa de su vida Bousoño encontró a Bartolo con “la misma alegría de siempre, pero más alta y como iluminada. Me contó su experiencia y me hizo leer una serie de sonetos que había escrito como consecuencia de la remoción de su conciencia. “Son muy clasicotes”, me indicó con modestia.

Los leí y mi emoción iba creciendo a cada paso. Los poemas estaban llenos de verdad y, por tanto, de auténtica poesía. Desde entonces le ví de otro modo. No sólo iba a ser un gran científico de la lengua, sino también un verdadero poeta, que ya estaba anunciando su gran sensibilidad antes de este súbito florecer de ahora, pero que, pese a todo, me sorprendió”.


Siguió estudiando con tenacidad y los resultados académicos –Sobresaliente- le permitieron optar al Premio Extraordinario. Durante el curso siguiente se trasladó a vivir Moncloa. Fue un periodo de plenitud y de alegría en el que fue asimilando el espíritu del Opus Dei.
Durante el verano comenzó a trabajar en una tesis doctoral sobre la lengua de los pescadores de la Albufera de Valencia.

“Y de pronto -continúa evocando Bosuoño-, la gravísima enfermedad: tuberculosis laríngea avanzada. Yo le fui a ver a Catarroja. Me recibió con la misma alegría de siempre: “Me voy a morir”, me dijo con naturalidad, y añadió: “¡Pero qué fácil es morir! Lo difícil es vivir y ser fiel cada día a la honda creencia.
Yo estaba asombrado. Bartolomé no tenía el menor miedo, el menor dolor. Seguimos hablando de otras cosas ajenas a la grave noticia. No estaba triste ni parecía pensar en el asunto. Cariñoso, interesado por todo, y por todos como siempre. De sí mismo no hablaba, pero su entusiasmo no había menguado, ni su íntima felicidad.



Yo me marché con el corazón destrozado y lleno de admiración, y de no se qué extraños pensamientos. Bartolomé Lloréns era mucho más grande de lo que yo había esperado de él. Su obra magna no era necesario escribirla: la había realizado ya en su propio ser, de un modo hondo, completo”.

Viajaron a Catarroja muchos fieles del Opus Dei para cuidarle y atenderle. Un día fue a verle el Fundador, que le animó a pedir por su curación y al mismo tiempo, a aceptar la voluntad de Dios con alegría.





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