Material de la exposición sobre Bertomeu Lloréns en Catarroja


Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 1922- 1946)

Un camino en sombras hacia la luz: “Es un poeta de la vida. Anhela la muerte si es el precio para una vida más limpia.”

“Era un auténtico sabio, sobre todo en lingüística.” (Carlos Bousoño)

Había iniciado una tesis doctoral sobre el valenciano de los pescadores de la Albufera, pero la enfermedad le impidió desarrollarla.

“De haber seguido hoy entre nosotros sería un prestigioso lingüista, probablemente Académico de la Lengua” (Carlos Bousoño, Académico y amigo de Bartolomé Llorens)


Bartolomé Llorens Royo (Catarroja, 13 de marzo de 1922-31 de mayo de 1946)

Nació en Catarroja el 13 de marzo de 1922, y falleció el 31 de mayo de 1946, a los 24 años. Su familia era conocida  como la d’els Estudiants, porque  en el siglo XIX uno de sus abuelos, llamado como él Bartolomé Llorens, cursó estudios, lo que no era frecuente en una población fundamentalmente agrícola.
Estudió en el Instituto-Escuela. Hizo Filosofía y Letras en la Universidad Literaria de Valencia (hoy Universitat de València). Fue un estudiante apasionado, vitalista y trabajador, que se declaraba no creyente, aunque en su intimidad experimentaba una gran sed de Dios.

En 1943 se traladó a la Universidad Central de Madrid, para estudiar Filosofía Moderna. Fue discípulo de Dámaso Alonso. Formó parte de la tertulia literaria que tenía lugar en casa de Vicente Aleixandre, donde conoció a Gaos, Castillo Puche y a su gran amigo Carlos Bousoño, futuro Académico de la Lengua.

Carlos Bousoño ha dejado escrito: “Yo escribía Subida al Amor y leía con frecuencia a Bartolomé los poemas que iba escribiendo. Sus comentarios eran siempre inteligentes y llenos de vida. Pues para nosotros lo mismo los problemas culturales que los artísticos eran vida, palpitantes trozos de vida y no secas referencias eruditas o recreativas. Bartolomé Lloréns era ya un auténtico sabio, dentro de su jovencísima juventud, sobre todo en lingüística”.

Era “serio en su trabajo, ilusionado en su afán poético, generoso y cordial en la amistad, ejemplar y maduro en su aceptación consciente y alegre de la muerte que se lo llevó tan temprano a los ojos de quienes le queríamos”

“Hubiera sido (….) uno de nuestros mejores filólogos, y hoy lo tendríamos en la Academia, sin duda ninguna, como lo está nuestro compañero de curso Fernando Lázaro Carreter…”

“Recuerdo las reuniones en casa de Vicente Aleixandre los domingos, la alegría que allí imperaba, el afecto profundo que a todos nos unía, la ilusión de empezar a escribir, que experimentábamos como un destino frenético y deslumbrante, un ansia de ser, no famosos –eso no contaba para nada- , pero sí escritores, escribir y procura hacerlo bien: la felicidad de que la poesía existiese,…”

En sus años universitarios sus versos reflejan la tensión espiritual de su alma, que atravesaba un período de crisis: no acepta racionalmente la trascendencia que pide su alma. Ansía sin hallar y desea sin lograr. En su poesía manifiesta la tensión entre los deseos y los sueños. Los deseos  le hablan de pasión, de  carne, de cosas que no sacian y no dan la felicidad. En cambia los sueños son ideales juveniles de realización perfecta, anhelo de trascendencia, ansia de Dios, afán de pervivencia, de infinito, vida de amor en plenitud a la que se sabe llamado.

Se hacía preguntas que no encontraban respuesta. En las Navidades de 1944 escribió:

Vedme, miradme todos,
soy un hombre desnudo y con las manos vacías
que viene ya de vuelta de todos los sistemas.
Un cansancio se sueños martiriza mi frente
Y el corazón me duele con sangre de verdades.

El Viernes Santo de 1944, nada más que por acompañar a su madre, asiste al Sermón de las Siete Palabras. Una frase le produce especial impresión: Como cae el rocío de un árbol, así caía la Sangre de Cristo del árbol de la Cruz. Al día siguiente anota esa frase y escribe unos inesperados Sonetos a Jesucristo, a Quien empieza a vislumbrar como el más sublime soñador:

                …soñador, profeta mío- Tú fuiste el que soñó más alto sueño, soñador de la Muerte vuelta en Vida, / soñador de una Vida eterna y pura.
                Tú fuiste, Cristo mío, un puro anhelo / un sueño, una hermosura de la vida, /… una pura mirada, /…/ un puro vuelo.
                Sólo una gota de tu sangre pura / que al dar su vida te encumbró a la gloria / bastara, soñador, profeta mío, / para arrastrarme a ti con tu locura.
                …He de ver si sufriendo te conquisto.

En agosto de 1944, durante una guardia en el campamento de milicias, bajo una noche estrellada, se dirige directamente a Dios, de tú a tú,  como nunca lo había hecho hasta entonces:

Mírame tú; tus ojos misteriosos
cuya inmensa pupila me rodea
son la luz ideal que me sostiene.
(“De guardia en la línea caimán”)

En marzo de 1945 (tiene 23 años) el capellán de la residencia de estudiantes donde vive en Madrid, el dominico P. Aguilar, le invita a asistir a unos ejercicios espirituales. Asistió por pura cortesía, pero inesperadamente se produjo la conversión espiritual que anhelaba secretamente, su encuentro con Cristo:

La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son libertad en Ti, Señor, ¡son Cielo!

Como fruto de ese encuentro con Cristo, se planteó una entrega total a Dios. El padre Aguilar le aconsejó que acudiese a un centro que dirigían personas del Opus Dei. Pocos días después, el 27 de marzo de 1945, escribió en Valencia una carta a San Josemaría Escrivá, solicitando ser admitido en el Opus Dei.

A partir de ese momento, según su amigo Carlos Bousoño, tuvo “la misma alegría de siempre, pero más alta, como iluminada. Me contó su experiencia y me hizo leer una serie de sonetos que había escrito como consecuencia de la remoción de su conciencia (…) Los leí y mi emoción iba creciendo a cada paso. Los poemas estaban llenos de verdad y, por tanto, de auténtica poesía. Desde entonces le vi de otro modo. No sólo iba a ser un gran científico de la lengua, sino también un verdadero poeta, que ya estaba anunciando su gran sensibilidad…”

Cuando había comenzado a trabajar en su tesis doctoral sobre la lengua de los pescadores de la Albufera, sobrevino la gravísima enfermedad: tuberculosis laríngea avanzada.
Cuando Carlo Bousoño acudió a visitarle en su casa “me recibió con la misma alegría de siempre: “Me voy a morir”, me dijo con naturalidad, y añadió: “¡Pero qué fácil es morir! Lo difícil es vivir y ser fiel cada día a la honda creencia”.

“Yo estaba asombrado –relata Bousoño-. Bartolomé no tenía el menor miedo, el menor dolor. Seguimos hablando de otras cosas ajenas a la grave noticia. No estaba triste ni parecía pensar en el asunto. Cariñoso, interesado por todo y por todos como siempre. De sí mismo no hablaba, pero su entusiasmo no había menguado, ni su íntima felicidad… Bartolomé era mucho más grande de lo que yo había esperado de él. Su obra magna no era necesario escribirla: la había realizado ya en su propio ser, de un modo hondo, completo”.

El 27 de enero de 1946 acudió a visitarle en su casa de Catarroja el fundador del Opus Dei, san Josemaría: le animó a rezar por su curación y al mismo tiempo a aceptar la voluntad de Dios con alegría. Se despidieron con un apretado abrazo. “¡Y me dijo en tan breves instantes tanto!” escribe un emocionado Bartolomé a sus amigos.

Carlos Bousoño le escribió el 30 de mayo de 1946: “Tu recuerdo, Bartolo, será siempre para mí puro y ejemplar. Dentro de mi corazón estarás siempre, siempre, siempre, como el motor de todos mis actos nobles.

Me has dado un ejemplo, un ejemplo de Vida, de carácter, de desinterés, de generosidad para con tus amigos y para con Dios; un ejemplo que no olvidaré nunca. Cuando los años pasen, y yo sea un viejo, si es que llego a serlo, recordaré los días de la juventud, y en ellos te veré tan humano, tan juvenil y cargado, tan rico de dolor y alegría, que tu visión me hará olvidar las tristezas del mundo”.
Recibía muchas visitas del pueblo, de sus amigos del Opus Dei, de viejos amigos de la Universidad de Valencia.  En los últimos meses, como no podía hablar, se servía de una pizarra en la que escribía respuestas divertidas a las preguntas que le hacían. Creó una simpática obra de teatro para esos momentos –La perromaquia, la llamó- escrita en fichas que entregaba a las visitas para que fuesen leyendo en voz alta, mientras él hacía moverse con gracia  y de acuerdo con el texto a un simpático perrillo articulado, hecho con madera y cuerdas. Las visitas, que habían acudido a consolar, salían consoladas y emocionadas: era Bartolomé, siempre generoso y entergado, quien les había hecho pasar un rato agradable a ellos.

En la noche del 31 de mayo de 1946 Bartolomé esperaba serenamente la muerte. En un momento dado, al filo de la medianoche, hizo a su madre un gesto de despedida con la mano. Sonrió y le dijo en un susurro: m’em vaig. Instantes después falleció.


Selección de poesías:
199: Canción del agua viva (17 de enro de 1946)
195: astronomía (3 de octubre de 1945)
186: Pecado y Resurrección (sin fecha)
163: Amada adolescente (16 de octubre de 1944)
158: Amor a la tierra (5-6 de agosto de 1944)

*Material facilitado por la Asociación Cultural Falla l'Albufera de Catarroja. Que se utilizó para la exposición Nou dies d'octubre. 

Una exposición rinde homenaje a Bertomeu Llorens, joven poeta fallecido en 1946.

Fue discípulo de Dámaso Alonso, amigo de Carlos Bousoño y frecuentó las tertulias de Vicente Aleixandre. Educado en un ambiente racionalista y ateo, sufrió un proceso de conversión y descubrió a Dios y su vocación al Opus Dei.


El 2 de octubre ha sido inaugurada en la sala de exposiciones del Palau de Vivanco de Catarroja la tradicional exposición “Nou díes d’octubre” que todos los años organiza la Asociación Cultural Falla l’Albufera de Catarroja (Valencia).
Este año está dedicada a Bertomeu Llorens, filosofo y poeta nacido en la localidad, fallecido en 1946 cuando era una joven promesa de la literatura española, un año después de haber pedido la Admisión en el Opus Dei. En Catarroja, su ciudad natal, se le recuerda con aprecio, y es frecuente encontrar flores en su tumba que dejan personas que acuden a pedirle favores. Un colegio público de enseñanza de la localidad lleva su nombre. 

Valor humano y afectivo de los manuscritos originales de Bertomeu


La inauguración estuvo presidida por la Alcaldesa de Catarroja, Soledad Ramón, y contó con la presencia de la Regidora de Cultura y Festes, Mari Angels López y otros concejales y autoridades de la Coorporación municipal, así como de las falleras mayores de Catarroja y de la Falla l’Albufera, los Presidentes de las fallas y numerosos vecinos de la localidad, entre ellos los parientes de Bertomeu. 

Ampar Orellano, representante de la Asociación Cultural Falla de l’Albufera, expresó la emoción de todos los presentes ante el gran valor humano y afectivo que se ofrecía con los manuscritos originales de Bertomeu, y subrayó el hecho de que es la primera vez que se expone en público su obra manuscrita desde su muerte en 1946.  Agradeció en nombre de los presentes a la Prelatura del Opus Dei y a su Oficina de Comunicación en Valencia por el cuidado con que se había guardado ese material y las facilidades dadas para organizar la muestra. 

Tanto la Regidora de Cultura como la Alcaldesa tuvieron palabras emocionadas y de agradecimiento por el trabajo de la Asociación Cultural. La Alcaldesa recordó una tradición que aún se vive en Catarroja: los estudiantes, en época de exámenes, acuden a la tumba de Bertomeu para pedirle que interceda por el buen resultado de los exámenes; ella misma lo había hecho por consejo de su padre cuando era estudiante. 

Un guiño de Bertomeu a sus paisanos

Jesús Acerete, de la Oficina de Comunicación del Opus Dei en Valencia, manifestó su alegría por la iniciativa, ya que la vida de Bertomeu ofrece un ejemplo de nobleza y búsqueda de ideales muy oportuno para todos. Resaltó igualmente que Bertomeu es hoy conocido en muchos países, gracias entre otras cosas a las copias de sus cartas, de gran calidad literaria y humana, que muchos amigos suyos del Opus Dei llevaron en los momentos de la primera expansión del Opus Dei. 

Señaló también que el hecho de que la muestra se inaugure un 2 de octubre, aniversario de la Fundación del Opus Dei, constituía sin duda un guiño de Bertomeu a sus paisanos, para que se fijaran en lo esencial de su vida, su descubrimiento de Dios, sin quedarse en aspectos secundarios de la muestra. Tras las palabras del Presidente de la Falla, las Falleras Mayores de l’Albufera procedieron a cortar la cinta que inauguraba la exposición, entre los aplausos de los asistentes. 

"La juventud quizá más traspasada de vida y espíritu"

Bertomeu, nacido en Catarroja en 1922, estudió filología hispánica, fue discípulo de Dámaso Alonso, amigo de Carlos Bousoño y frecuentó las tertulias de Vicente Aleixandre. Educado en un ambiente racionalista y ateo, sufrió un proceso de conversión y descubrió a Dios y su vocación al Opus Dei. Falleció a los 24 años, dejando una obra de gran calidad literaria que refleja vivamente su trayectoria interior.


Además de los manuscritos originales de sus poemas, se expone también una amplia muestra de su correspondencia, así como alguna de las cartas manuscritas y telegramas que le envió el fundador del Opus Dei. Poco antes de su fallecimiento, san Josemaría Escrivá acudió a Catarroja para visitarle en casa de sus padres. Se despidieron con un abrazo emocionado.

En el libro Tiempo de Caminar, se puede leer:

En junio de 1946 moría en Catarroja (Valencia) Bartolomé Llorens, miembroNumerario del Opus Dei. De este hombre joven, poeta, pudo decir Dámaso Alonso -Catedrático de Filología Románica en la Universidad Complutense- en su discurso de Recepción en la Real Academia Española: «El año pasado muere Bartolomé Llorens, la juventud quizá más traspasada de vida y espíritu, que he tenido estos tiempos a mi lado... ».


Cuando Bartolo conoce la gravedad de su estado, escribe a un amigo:


«He recibido carta de Lagasca. Me dicen que vendrán dentro de unos días y que le pida a Isidoro Zorzano mi curación. Se la voy a pedir como un loco a ver qué sale. Lo que pasa es que soy tan pobre persona que quizá no merezca que por mí ocurra nada extraordinario. Pero ¡he alcanzado tantas cosas sin merecerlas!


¿Qué merecimientos, antes bien todo lo contrario tenía yo para que en unos Ejercicios (...) a los que fui con el propósito nefando de salir como estaba, me señalase el Señor con su marca de fuego? Y después, ¿quién era yo para ser hijo de Dios en su Obra divina, en su Opus Dei?».


Y así, haciendo su más logrado poema, como el Padre le dice la última vez que viene a verle, se va en un día de sol, cuando la muerte viene a cortejar su vida joven:

«Me quiere más mi muerte cada día

y corteja a mi vida moza y breve

que seducida queda a su porfía.

Toda mi vida es suya y no se atreve

-oh lento amor- a hundir ya mi agonía 

mientras mi vida pide que la lleve».


Para saber más de Bertomeu Llorens:


Bartolomé Llorens. Una sed de eternidades. Prólogo de Carlos Bousoño. Juan Ignacio Poveda. Ed. Rialp, 1997
Secreta Fuente. Antología de poemas de Bartolomé Llorens. Carlos Bousoño. Adonais, 1948.
 


BARTOLOMÉ LLORENS

Artículo que resume la vida de Bartolo, a raíz del libro de Juan Ignacio Poveda, Bartolomé Llorens: una sed de eternidades. 


"¡Qué hondamente estás tú! "."De haber seguido entre nosotros hoy [Bartolomé Llorens] sería un prestigioso lingüista, probablemente Académico de la Lengua". 

Vicente Aleixandre, en cuyas tertulias
literarias participaba Bartolo.
Bartolomé Lloréns (Catarroja, Valencia, 1922-1946) estudió filología moderna en Valencia y Madrid. Fue discípulo de Dámaso Alonso y amigo entrañable de Carlos Bousoño. Participó con él en las reuniones poéticas de Vicente Aleixandre. Es un exponente de la poesía de la primera generación de posguerra y en sus poemas puede seguirse un completo itinerario íntimo, apasionadamente vivido. Apenas cumplidos 23 años contrajo una grave enfermedad que le llevó a la muerte en pocos meses. 

Carlos Bousoño recuerda de Bartolomé Lloréns su figura juvenil llena de simpatía: "serio en su trabajo, ilusionado en su afán poético, generoso y cordial en la amistad, ejemplar y maduro en su aceptación consciente y alegre de la muerte que se lo llevó tan temprano a los ojos de quienes le queríamos". 

"Más de una vez -añade- he expresado mi convicción de que de haber seguido entre nosotros hoy sería un prestigioso lingüista, probablemente Académico de la Lengua, porque, además de una labor poética intensa, Lloréns nos hacía esperar una dilatada y profunda tarea científica como filólogo. En ocasiones basta un solo poema para inmortalizar a un poeta, y la Canción del Agua Viva pertenece sin duda a ese selecto grupo. Fue el último poema de Bartolomé Lloréns, la culminación de su carrera poética. 

Dámaso Alonso en una entrevista de TVE
En 1947 Dámaso Alonso, en su discurso de recepción en la Real Academia Española, afirmó: El año pasado muere Bartolomé Lloréns, la juventud más traspasada de vida y espíritu que he tenido estos tiempos a mi lado". 

En 1948, Carlos Bousoño ofreció en Adonais una antología de poemas de Bartolomé Lloréns, con el título Secreta fuente, con un extenso prólogo del propio Bousoño. En 1993, los Cuadernos de Poesía NÚMENOR de Sevilla publicaron una Antología Poética, en edición de José Julio Cabanillas. En 1997, Juan Ignacio Poveda publicó la biografía y antología, más amplia que las anteriores, que encabeza estas líneas. Carlos Bousoño prologó estas dos últimas obras. 

Una muestra de la poesía de Lloréns:


¡Qué hondamente estás tú,
qué hondamente, viviendo
en esa interna vida
siempre pasión, del sueño!

Llama, fuego divino,
corazón, llama, fuego...
¡oh secreta mirada
de corazón secreto!

Alto en mi noche quemas,
brillas, luces; sereno
fuego que me consumes
y me iluminas: ¡fuego!

Ah tus ojos, tus ojos,
oh cima del misterio;
llamas, luces, estrellas;
¡oh: fuego, fuego, fuego!

 

3 de febrero 1945

José Miguel Cejas. Un joven poeta III.

Tu recuerdo, Bartolo


El día 30 de mayo de 1946 Bousoño le envió un libro de poemas que acaba de publicar, junto con esta carta que Bartolo nunca llegó a leer: “Tu recuerdo, Bartolo, será siempre para mí puro y ejemplar. Dentro de mi corazón estarás siempre, siempre, siempre, como el motor de todos mis actos más nobles. 

Me has dado un ejemplo, un ejemplo de Vida, de carácter, de desinterés, de generosidad para con tus amigos y para con Dios; un ejemplo que no olvidaré nunca. Cuando los años pasen, y yo sea un viejo, si es que llego a serlo, recordaré los días de la juventud, y en ellos te veré tan humano, tan juvenil y cargado, tan rico de dolor y alegría, que tu visión me hará olvidar las tristezas del mundo”.


En la noche del 31 de mayo Bartolo esperaba serenamente la muerte. En un determinado momento le hizo a su madre un gesto de despedida con la mano. Sonrió y le dijo, casi susurrando: m´em vaig, me voy. Poco después falleció.

Como había escrito en 1946, Bousoño no le olvidó nunca. Muchos años después, en febrero de 1993, evocaba su figura, una de esas figuras inolvidables de los días de la juventud“Muy pocos días después recibí la noticia. Mi amigo había muerto. Cuando se iba a cerrar el féretro (...) llegó mi nuevo libro de poemas dedicado a él. Se titulaba Primavera de la muerte”. 

Panteón de la familia Royo, donde está en-
terrado Bartolomé. Siempre tiene flores en la
puerta, dejadas por los estudiantes, que le pi-
den ayuda para los exámenes.

José Miguel Cejas. Un joven poeta II.

Un joven poeta

Durante ese periodo Lloréns escribió varios poemarios: Hojas sin árbol, Fuga, Tránsito por la tierra... Sus versos reflejan la fuerte tensión espiritual de su alma, que atravesaba un periodo de crisis, y se hacía preguntas que no encontraban respuesta, como se trasluce en este poema que escribió en las Navidades de 1944:
Vedme, miradme todos.
soy un hombre desnudo y con las manos vacias
que viene ya de vuelta de todos los sistemas.
Un cansancio de sueños martiriza mi frente
y el corazón me duele con sangre de verdades.

En marzo de 1945 un dominico, el Padre Aguilar, capellán del Cisneros, le propuso hacer ejercicios espirituales. Y durante aquellos días se produjo la conversión espiritual que anhelaba secretamente:
La soledad, la noche en que vivía,
el hondo desamparo y desconsuelo,
la triste esclavitud que me perdía,
son ahora presencia, luz sin velo,
son amor, son verdad, son alegría,
son libertad en Ti, Señor, ¡son Cielo!


Como fruto de ese encuentro con Cristo se planteó una entrega total a Dios. El Padre Aguilar le aconsejó que fuese a La Moncloa, una residencia dirigida por personas del Opus Dei. Pocos meses después, tras hablar con su amigo Vicente Fontavella en Valencia, decidió pedir la admisión el 27 de marzo de 1945.

Residencia La Moncloa



La misma alegría de siempre, pero más alta, como iluminada



Durante esta nueva etapa de su vida Bousoño encontró a Bartolo con “la misma alegría de siempre, pero más alta y como iluminada. Me contó su experiencia y me hizo leer una serie de sonetos que había escrito como consecuencia de la remoción de su conciencia. “Son muy clasicotes”, me indicó con modestia.

Los leí y mi emoción iba creciendo a cada paso. Los poemas estaban llenos de verdad y, por tanto, de auténtica poesía. Desde entonces le ví de otro modo. No sólo iba a ser un gran científico de la lengua, sino también un verdadero poeta, que ya estaba anunciando su gran sensibilidad antes de este súbito florecer de ahora, pero que, pese a todo, me sorprendió”.


Siguió estudiando con tenacidad y los resultados académicos –Sobresaliente- le permitieron optar al Premio Extraordinario. Durante el curso siguiente se trasladó a vivir Moncloa. Fue un periodo de plenitud y de alegría en el que fue asimilando el espíritu del Opus Dei.
Durante el verano comenzó a trabajar en una tesis doctoral sobre la lengua de los pescadores de la Albufera de Valencia.

“Y de pronto -continúa evocando Bosuoño-, la gravísima enfermedad: tuberculosis laríngea avanzada. Yo le fui a ver a Catarroja. Me recibió con la misma alegría de siempre: “Me voy a morir”, me dijo con naturalidad, y añadió: “¡Pero qué fácil es morir! Lo difícil es vivir y ser fiel cada día a la honda creencia.
Yo estaba asombrado. Bartolomé no tenía el menor miedo, el menor dolor. Seguimos hablando de otras cosas ajenas a la grave noticia. No estaba triste ni parecía pensar en el asunto. Cariñoso, interesado por todo, y por todos como siempre. De sí mismo no hablaba, pero su entusiasmo no había menguado, ni su íntima felicidad.



Yo me marché con el corazón destrozado y lleno de admiración, y de no se qué extraños pensamientos. Bartolomé Lloréns era mucho más grande de lo que yo había esperado de él. Su obra magna no era necesario escribirla: la había realizado ya en su propio ser, de un modo hondo, completo”.

Viajaron a Catarroja muchos fieles del Opus Dei para cuidarle y atenderle. Un día fue a verle el Fundador, que le animó a pedir por su curación y al mismo tiempo, a aceptar la voluntad de Dios con alegría.





José Miguel Cejas. Un joven poeta I.

Un recuerdo de plenitud

Hay amigos que se van durante los años de juventud y permanecen para siempre en el recuerdo. Yo no conocí a Bartolomé Llorens, pero por la huella que ha dejado en varios amigos míos, Bartolo, como le llaman todos, debió ser uno de ellos. Un recuerdo de plenitud, de fruto maduro, de las horas felices de juventud. 

Bartolomé Lloréns
Había nacido en 1922 en Catarroja, a pocos kilómetros de Valencia. Su madre era cristiana y practicante; su padre, un sastre blasquista y anticlerical. Estudió en el Instituto-Escuela, en el ambiente laicista de la Institución Libre de Enseñanza. Hizo Filosofía y Letras en la Universidad Literaria de Valencia, donde fue un estudiante apasionado, vitalista y trabajador, que se declaraba no creyente, aunque en su intimidad experimentaba una gran sed de Dios.

En Valencia fue alumno de Dámaso Alonso, con el que se encontraría de nuevo en Madrid en 1943, cuando se trasladó para estudiar Filología Moderna en lo que entonces se llamaba Universidad Central. Formó parte de la tertulia literaria que tenía lugar en casa de Vicente Aleixandre, y conoció a Gaos, Castillo Puche y en especial a Carlos Bousoño, futuro Académico de la Lengua, con quien entabló una honda amistad. 

Un recuerdo de Carlos Bousoño 

“Éramos compañeros de curso –recuerda Carlos Bousoño- , y Dámaso Alonso nuestra máxima admiración. (...) Yo escribía Subida al Amor y leía con frecuencia a Bartolomé los poemas que iba escribiendo. Sus comentarios eran siempre inteligentes y llenos de vida. Pues para nosotros lo mismo los problemas culturales que los artísticos eran vida, palpitantes trozos de vida y no secas referencias eruditas o recreativas. Bartolomé Lloréns era ya un auténtico sabio, dentro de su jovencísima juventud, sobre todo, en lingüística. 

Hubiera sido -estoy seguro de ello- uno de nuestros primeros filólogos, y hoy lo tendríamos en la Academia, sin duda ninguna, como lo está nuestro otro compañero de curso, Fernando Lázaro Carreter, que compartía con nosotros la misma aula damasiana y el mismo fervor por el maestro.

Pero aparte de las conversaciones lingüísticas, yo recuerdo, sobre todo, nuestros encendimientos poéticos, al leer juntos El Cementerio Marino, de Paul Valery, cuyas estrofas nos sabíamos de memoria los dos; así como los versos de los poetas que iban surgiendo y de los maestros que nos rodeaban. 

Bartolomé Lloréns vivía en la Residencia Cisneros, donde también vivían otros amigos míos: Tena (en la actualidad embajador), Camblor y Rodrigo Carvajal (hoy catedrático en la Facultad de Derecho), amén de Eugenio de Nora, poeta, como todo el mundo sabe. 

Medardo Fraile, Claudio Rodríguez,
Carlos Bousoño, José Hierro, Vicente
Aleixandre y Concha Lagos.
Todos coincidíamos con frecuencia en casa de Vicente Aleixandre, cuya poesía era para nosotros un maravilloso ejemplo. ¡Qué gran papel tuvieron Dámaso y Vicente en la España de entonces, tan desposeída y huérfana por los cientos de miles de españoles exiliados a causa de la guerra, muchos de los cuales eran la flor y nata de aquella cultura que España supo alcanzar con esfuerzo y gloria a lo largo del siglo!

Recuerdo las reuniones en la casa de Vicente los domingos, la alegría que allí imperaba, el afecto profundo que a todos nos unía, la ilusión de empezar a escribir, que experimentábamos como un destino frenético y deslumbrante, un ansia de ser, no famosos -eso no contaba para nada-, pero sí escritores, escribir y procurar hacerlo bien: la felicidad de que la poesía existiese, que ayer hubiésemos leído un maravilloso poema de éste o de aquél, amigo nuestro o no, porque ese matiz no era del caso. 

Todo estribaba, sencillamente, en la juventud y estela de generosidad que le es propia, cuando aquella existe en su pureza y no está desvirtuada.”