Prólogo de Secreta Fuente II, Carlos Bousoño

II

¡Extraño destino el de nuestra generación poética! A veces pienso en aquella otra alemana de escritores románticos, arrebatada en la flor de la juventud. Tal vez ambas, salvando las distancias todas, estén unidas por fuertes vínculos y un común signo: la muerte. Sí, sobre nuestra juventud parece que también brilla, ciega y desnuda, la estrella blanquísima de la muerte. Nuestros poetas jóvenes miran el lucero pálido alucinadamente. Lo cantan con rencor o tristeza, con resignación o sabiduría. La estrella sigue brillando. Sobre el cielo de España, la muerte da su sagrada luz desnudada. Es a veces la muerte un lucero irisado. Otras un violento astro rojo. Los poetas de España, bajo el cielo de la muerte, alzan la cabeza somnolienta, o se inclinan bajo el tiempo impregnado, mortal. ¿Empieza a cumplirse un destino? Muere Bartolomé Lloréns en Catarroja, donde había nacido. Mayo de 1946. Por aquellas fechas, otro poeta joven, José Luis Hidalgo, estaba dando fin a un libro titulado Los Muertos. Antes de un año, José Luis Hidalgo era uno más, un muerto más bajo la tierra.

Un poeta y crítico, residente en América, me hablaba hace poco de la sinceridad de la nueva poesía española. Recuerdo su frase:
“La generación de ustedes canta a la muerte, pero se muere de verdad.”

Autorretrato de José Luis Hidalgo
Sí: ha pesado un destino ciego, inexorable. Algo hizo que Lloréns, que Hidalgo, que varios otros poetas, prorrumpieran en un coro de himnos, de elegías, de cantos a la muerte. Parece como si ella oprimiera las gargantas de todos, hasta hacer que los poetas se arrancaran del corazón la verdad más honda de sus vidas. Nuestra generación ha vivido el más terrible y crítico momento de la historia del mundo. Ha visto con ojo triste y asombrado removerse el árbol orgulloso hasta que todas sus hojas, verdes y tranquilas, se pusieron de un amarillo pálido, primero, y fueron, luego, cayendo, una a una, sobre los campos de Europa. Ha visto después, pudrirse las hojas, hacerse mantillo sobre el suelo, uniforme mantillo con sólo destino de tierra, mientras arriba, el árbol leñoso, desnudo, era aún soplado por el huracán invasor. ¿Qué quedará de él? ¿Dará en tierra para siempre? ¿Rebrotará otra vez, juvenil, derecho bajo el sol? Tal vez nuestra generación pueda ver el desenlace de esta terrible crisis mundial.


Aguardemos con esperanza la nueva luz.


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