Prólogo de Secreta Fuente I, Carlos Bousoño

I

Aquí tenéis las poesías de Bartolomé Lloréns. Para algunos –para poquísimos amigos- serán familiares. Para los más, para el pequeño gran público de poesía, resultarán completamente desconocidas. ¿Quién es este Bartolomé Lloréns?, se preguntará. Nadie, o casi nadie, le conoce, y, sin embargo, es –o fue, mejor dicho, pues ya murió hace dos años, cuando el poeta tenía veinticuatro- uno de los más sobresalientes poetas de la generación de postguerra. Y no sólo por la poesía era eminente Bartolomé Lloréns. Por otras razones también, que irán saliendo a lo largo de este prólogo, se destacaba como árbol mayor, como luz mayor, sobre todos nosotros. 

En Madrid yo conocí al poeta en octubre de 1943. Paseábamos con toda la frecuencia que las clases nos permitían, por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. Ambos éramos alumnos del tercer curso, y aspirantes los dos a filólogos románicos. Nos unía la misma vocación poética, y discutíamos con mucho más calor la belleza de un verso que la pérdida de las consonantes sonoras intervocálicas. Esto no quiere decir que Lloréns no fuese un alumno aventajado. Lo era aventajadísimo. El compartía con otros dos muchachos el primer puesto en las clases, que nadie se atrevía a disputarles. Pero el corazón del poeta iba hacia otro sitio, buscaba como la rosa de un poema lorquiano, “otra cosa”. Y esta “otra cosa” era la dulce, la eterna poesía. 

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