AUNQUE sufre mi carne el cruel desgarro
que la vida me da con labio tierno
y mi arcilla y mi sangre, sin gobierno,
aun alzan un soñar al que me agarro,
como de carne soy, de sangre y barro
que, inermes, se me doman al interno
destino de la tierra, hacia su eterno
gravitar denso sin querer me amarro.
Por más que el barro aun con savia buena,
con sueño, con aliento, con gemido,
edificado está sobre la arena,
yo siento —oh tierra― helárseme un
latido,
secárseme un amor, vida o cadena,
y destinarme al polvo que ya he sido.